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CAPÍTULO XXXII.

—Me parece, papá, que esto es demasiado, á no mediar alguna brujería.....

—Déjate de brujerías. Voy á intentar lo que te parece imposible, y espero salir airoso si me ayudas.

—Desde luego estoy dispuesto á todo, y ansío saber cuanto ántes lo que se va á hacer.

—A un recovero debo el secreto que vamos á poner en práctica. Ignoro si me saldrá bien; pero todo el busilis consiste en perfumar el palomar con anís. Segun me dijo aquel buen hombre, atrae tanto á las palomas el olor de esa planta, que por aspirarle acudieran mil veces al punto que se les designe. Con arcilla, sal y anís harémos una masa que se colocará en el palomar. Las aves irán á picotearla, y como al verificarlo se les sahumarán las alas con el aroma, bastará para que no sólo ellas sino todas las demás que lo olfateen lleguen á cambiar su errante vida del campo por la del palomar.

—Si no es más que eso, exclamó Federico, la suerte nos favorece, pues la mata de anís que nos ha traido Santiago vendrá de perlas; basta desgranarla y machacar los granos sobre una piedra, y si el aceite que destilen no es tan puro como si fuera por un procedimiento químico, no dejará por eso de ser bueno ni ménos fragante que aquel.

—Así lo creo, respondí, y ahora me alegro de haber permitido á Santiago el trasplantar la mata que en un principio juzgué como de escasa valía é importancia.

Sin demora procedímos á la extraccion del aceite de anís, y untámos la puerta y ventanas del palomar, las cañas donde se colocan las palomas, y todos los demás sitios en que pudieran posarse. Con el mismo anís, sal y arcilla dispuse una masa que, puesta á la accion de un fuego lento, se penetró bien del aromático olor de aquella planta, y colocada en medio del palomar, encerrámos en él las palomas que hasta entonces estuvieron metidas en cestos miéntras duró la obra.

Cuando los otros niños volvieron de la huerta, donde su madre los tuviera ocupados, ya estaba todo listo, y les anunciámos solemnemente que las palomas estaban ya en posesion de su palacio. Por los vidrios que se pusieron en la puerta vímos con satisfaccion la gran tranquilidad con que por dentro se paseaban los nuevos huéspedes, encontrándose al parecer muy á su gusto en el flamante domicilio, picoteando con placer el pan de anís; y cuando al cabo de un rato entré en el palomar, las sencillas aves me recibieron sin asustarse como si ya estuviesen domesticadas.

Dos dias trascurrieron de esta suerte. Al tercero, desperté á Federico muy temprano y le encargué que untase de nuevo el marco de la puerta del palomar y la cuerda que tenia para abrirla y cerrarla desde abajo. Hecho esto, con todo sigilo dispuse se reuniera la familia, anunciándola que era llegada la hora de liberlar á los prisioneros. Santiago fue el encargado de abrir la puerta, y ántes de tirar la cuerda que la levantaba á manera de trampa, con una varita que tenia en