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CAPÍTULO XXXII.


El palomar.


Poco tardámos en llegar á Falkenhorst. Enseñé en seguida á mi esposa la nueva conquista que alcanzáramos, y aprobó el proyecto de hacer el palomar, si bien creia algo dificultosa la ejecucion de la obra; pero como habíamos llevado á cabo y con feliz éxito tantas otras, confié en que con esta sucederia lo mismo. Sin embargo, al anunciar á los niños la próxima construccion de un palomar, lo tomaron á broma.

—Ya veréis, dije, cuando le veais edificado si es broma ó realidad.

No queriendo dilatar la ejecucion de mi plan, al dia siguiente se cargó el carro con provisiones y demás efectos que pudieron necesitarse, y emprendímos el camino de Zeltheim.

Llegados á ese paraje, elegí entre las rocas el punto más cercano á la gruta para levantar el palomar, labrando en una de ellas un hueco de hasta diez piés de profundidad, para que cupieran veinte pares de palomas. A pesar de la práctica que teníamos, bastante costó realizarlo, para lo cual hubímos de desprender grandes peñas, asegurar los maderos del tejado, fijar las tablas, revocarlo con yeso por dentro á fin de evitar la humedad, colocar las cañas, disponer los nidos y abrir puertas y ventanas; en una palabra, tuvímos que apelar al gran secreto que nos habia facilitado vencer tantas otras dificultades: el teson y la paciencia. Mis infantiles obreros estaban ya persuadidos de la eficacia de estos grandes medios, y cooperaron á mis ideas con un ardor y perseverancia superiores á su edad. Terminada la obra dije á Federico:

—Ya ves como el palomar se ha construido, pero ¿y sus habitantes?. ¡Aquí te quiero ver! Y no hay más remedio que poner en prensa la mollera para encontrar medio de que vengan á ocupar el alojamiento que las está preparado, tanto las palomas europeas como las indígenas; y no sólo que acudan, sino que se habituen á permanecer en él y hacer sus crias.