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CAPÍTULO XXXI.

gar á que el enemigo se aproximase y cayese en el garlito. Pasó la noche, y los monos no parecieron, lo que me dió á pensar sí los astutos animales habrian descubierto la emboscada. Cenámos los fiambres que traíamos, y nos acostámos esperando el alba.

La primera cosa que divisámos al amanecer fue un enjambre de monos que se dirigia á la casa. Nos escondímos en la tienda para no asustarles con nuestra presencia, y á poco les vímos presos en el laberinto dispuesto desde la víspera. Sucedió lo que habia previsto; en ménos que se dice, los monos no formaban sino un grupo compacto, pegados unos á otros por los bejucos, las estacas, las calabazas, y por cuanto rozaban. Era el espectáculo más extraño y grotesco ver los esfuerzos que hacian por desembarazarse de los cuerpos extraños que se les adherian; pero todo fue inútil, y no se oyó por todas partes sino espantosos ahullidos que demostraban su furor y rabia, con gestos y contorsiones horribles que los hacian más repugnantes de lo que naturalmente eran.

Cuando conocí que la desesperacion estaba en su colmo, mandé soltar los perros que se arrojaron como fieras sobre la horda, causando estrago y carnicería por todos lados. Salímos luego nosotros, y á palos secundámos á los alanos sin cesar la matanza hasta que el exterminio fue completo y no quedó uno siquiera. La sangre corría por do quiera, ofreciendo el aspecto de un campo despues de una batalla. Los niños se horrorizaron de nuestra obra; más de cincuenta monos yacian muertos á nuestros piés.

—¡Papá! esto es terrible, exclamó Federico, ¡que sea esta la última ejecucion!

—Espero, respondí, que no habrá necesidad de otra; el escarmiento ha sido duro; y por lo mismo que este animal supera en instinto á los demás, temerán igual suerte.

Se abrió un hoyo de más de tres piés de profundidad donde se enterraron los cadáveres, rodeándolo con una empalizada para que no se acercasen nuestros animales domésticos, que fuímos reuniendo poco á poco; y despues de reparar á la ligera lo que se creyó más urgente en la Granja, se plegó la tienda y dímos la vuelta a casa.

Antes de partir se obtuvo una nueva conquista que en parte desvaneció la impresion que causara á los niños la sangrienta matanza de aquella mañana. Fueron dos aves mayores que la paloma de Europa, las que despues de bien consideradas reconocí ser palomas de las Molucas. Su pluma presentaba una mezcla de colores á cual más vistoso y agradable. Federico fue quien las encontró pegadas en una palmera. Deseando conservar su especie para aumentar la coleccion, se les quitó la liga que se habia pegado á las alas y patas, y las trajímos para soltarlas en el nuevo y artístico palomar que tenia proyectado establecer en Zeltheim.