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EL ROBINSON SUIZO.

En medio de estas faenas culinarias no perdí de vista la expedición contra los monos, y el otro dia quedó irrevocablemente fijado para llevarla á cabo. Nos levantámos temprano; mi esposa nos llenó las alforjas para dos dias, y salímos dejándola con Franz, bajo la salvaguardia de Turco. Federico y yo montámos en el asno, Ernesto y Santiago en el búfalo, que llevaba además las alforjas, y los perros nos seguían. Aunque íbamos provistos de armas, no era mi intencion hacer uso de ellas en esta batida; la resina y el cautchú eran los elementos que habian de hacer el gasto, y así cuidé de llevarlos en abundancia.

La conversación por el camino rodó naturalmente sobre lo que la motivaba, y anuncié á los niños que la guerra iba á ser á muerte hasta ver si acabábamos con los monos.

—Hé aquí, añadí, la razón que he tenido para que Franz no nos acompañe, á fin de que no presencie tan sangriento espectáculo.

—Al cabo, respondió Federico, esas pobres bestias me dan lástima, pues no obran sino por instinto.

Agradóme esta reflexion tan humana, así como otras que se les ocurrieron sobre lo mismo á Ernesto y Santiago; mas no por eso cejé en la ejecucion del proyecto, y aun que abundara en iguales sentimientos dije:

—Debe haber entre esa raza y nosotros una guerra sin tregua; si ellos no sucumben, sucumbirémos nosotros por el hambre; ya es asunto de propia conservacion, y si es triste derramar sangre, en la ocasion presente se hace indispensable que corra.

Así entretenidos llegámos á orillas del lago. Elegí el sitio que me pareció más adecuado para acampar, y nos apeámos. Levantóse la tienda, se ataron las bestias, y quedámos esperando al enemigo. La Granja, ó mejor dicho sus ruínas, estaban totalmente desiertas, y al contemplar la devastacion que allí reinaba y la obra de tantos dias destruida en un momento, las puertas y ventanas desquiciadas, las cercas por el suelo, y toda la construccion derrumbada, mis humanitarias ideas desaparecieron de repente y cada vez me afirmé más en el severo propósito que allí me condujera. Federico se adelantó a explorar el terreno, y á poco vino á anunciarnos que habia descubierto la horda salteadora á corta distancia, jugueteando á la entrada del bosque. Inmediatamente se puso en ejecucion el proyecto que habia concebido. A trechos desiguales se colocaron al redor de la alquería estacas, las cuales se entrelazaron con bejucos largos y flexibles; y para que sirviese de cebo á los monos, se esparcieron nueces de coco abiertas, calabazas con maíz y frutas silvestres, y otras llenas de víno de palmera, por haberme demostrado la experiencia gustarles mucho, cuidando al mismo tiempo de untar bien con liga de goma y otras materias glutinosas el cercado, así como el techo de la choza, los árboles cercanos, y los puntos que habrian de recorrer en busca de los frutos, en términos que no pudieran dar un paso sin quedar aprisionados. Cuando todo estuvo preparado nos retirámos á la tienda para dar lu-