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CAPÍTULO XXXI.

sultados. No obstante, previendo su cansancio ocupéme en los preparativos de la caza nocturna, en que entraba la trementina como poderoso auxiliar.

En tanto se presentó Santiago con un pájaro mayor que los hortelanos, tambien enredado en la liga, diciendo:

—¡Qué bonito es, papá! ¿Y le hemos de matar tambien? ¡Es tan manso! ¡parece que me mira como si me conociera!

—Ya lo creo, contestó Ernesto, quien habia reconocido al ave; ¡qué maravilla prosiguió, si es una de nuestras palomas de Europa que habrá anidado en el árbol!

Tomé el ave de las manos de Santiago, y conocí que Ernesto tenia razon. La limpié con ceniza las partes donde le habia tocado la liga, y la conservé esperando aprovechar el descubrimiento, añadiendo un palomar á la propiedad. Fuéronse encontrando otras, y ántes del anochecer ya se habian juntado dos pares. Federico solicitó le permitiese disponerles un abrigo en el mismo peñasco para tenerlas á mano. Celebré la idea, y le prometí darle gusto cuando se presentara la ocasión.

Sin embargo del buen resultado de la cacería todos estaban ya cansados y apénas se habia llenado un barril.

—Debemos, dije á los niños, emplear otro medio más breve y ménos fatigoso. Para ello es menester observar cuáles son los árboles en que con preferencia los hortelanos pasan la noche.

Su estiércol nos reveló donde se juntaban. Cenámos sosegadamente, y despues comencé los preparativos para la caza nocturna, los cuales consistian en tres ó cuatro cañas largas de bambú, dos sacos, y algunos hachones de viento. Federico, que hacia de montero mayor, me contemplaba entre incrédulo é irónico, no pudiendo comprender cómo podrian realizarse los prodigios que yo anunciaba con tan insignificantes aparatos.

En esto llegó la noche repentinamente, sin crepúsculo, como acontece en las regiones del Sur. Llegámos al pié de los árboles señalados, encendiéronse los hachones, y con grande algazara comenzaron á golpear las ramas para espantar los pájaros. Apénas vieron la luz, los pobres hortelanos aturdidos y deslumbrados acudieron como las mariposas á la llama, y chamuscándose las alas caian al suelo donde se les iba cogiendo vivos, miéntras otros caian ya muertos al rigor de las cañas, con lo cual en ménos de tres horas se llenaron dos sacos de pájaros. Las mismas luces nos sirvieron para alumbrar el camino hasta Falkenhorst, y como la noche era oscura y caminábamos callados y de dos en dos, nuestra marcha tenia ciertos visos de fúnebre y misteriosa.

Al llegar á Falkenhorst se mataron los pájaros que todavía quedaban con vida y nos fuímos á acostar. Al dia siguiente se pelaron, abrieron y asaron, y guardados en barriles envueltos en manteca, proveímonos así de carne sabrosa para el invierno.