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CAPÍTULO XXXI.


La liga.—Caza de monos.—Palomas de las Molucas.


Apénas amaneció nos desayunámos, y despues de pensar al ganado la familia me recordó la promesa de la víspera, impaciente como estaba por ver el efecto de la liga. Para confeccionarla me valí de cierta cantidad de goma elástica mezclada con trementina, y puesta al fuego, miéntras hervía los niños se dirigieron en busca de varitas, que despues de untadas con aquella composición glutinosa se fuéron colocando en las ramas de la higuera donde había más fruto, y por consiguiente más atractivo para que acudiesen los pájaros. Su abundancia era tal, que un ciego disparando á bulto al árbol hubiera muerto gran cantidad. Sugirióme esto la idea de emplear tambien para cogerlos una cacería nocturna con hachones de viento, á imitación de lo que practican los colonos de la Virginia para coger palomas.

Miéntras lo discurria, los niños, que estaban afanados preparando las varitas, se embadurnaron de tal modo manos, cara y traje, que no podian arrimarse unos á otros sin pegarse.

—Bueno, dijo al ver su apuro; eso es señal que la liga pega, y para que lo hagais con más limpieza, en vez de untar las varitas una á una, hacedlo en haces de doce ó quince. Por lo demás, continuó, con un poco de ceniza se os quitará ese glúten.

Cuando ví que ya habia bastantes varitas, mandé á Santiago y Federico que colocasen en las ramas de la higuera tantas como pudiesen, y á poco empezáronnos á caer á los piés los desgraciados hortelanos presos de las patas ó alas por la traidora liga sobre la cual se posaran. La caza fué tomando luego tal proporcion, que Franz, Ernesto y su madre apénas bastaban para recoger los pájaros é irlos matando, miéntras que los otros dos renovaban los lazos. Estos podían servir dos ó tres veces, pero era muy pesado reemplazarlos á sesenta ó setenta piés del suelo. Sin embargo, la diversion no cansaba á los niños que gozaban en sus buenon re-