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CAPÍTULO XXVII.

momento dejar dispuesto para los animales un provisional abrigo. Para habituarlos á que volviesen por la noche á su nuevo domicilio, bastó prepararles buena cama con yerba y paja, y mezclar un poco de sal con el pienso.

Híceme la ilusion que bastarian pocos dias para llevar á cabo estos trabajos; pero más de ocho se invirtieron, de manera que tocaban á su fin las provisiones. Sin embargo, se me resistia volver á Falkenhorst sin dar la última mano al nuevo establecimiento, y así mandé á aquel punto á Federico y Santiago para que trajesen mantenimientos para dilatar nuestra permanencia y renovar el alimento de las bestias que allí se habian quedado. Los dos correos partieron á escape, cada cual en su montura favorita para cumplimentar mis órdenes. El asno arrendado para cargarle de provisiones á la vuelta, tuvo que seguirles más que de paso, y de seguro debió pasar mal rato atendida la velocidad con que caminaban los jinetes.

Durante su ausencia, Ernesto y yo dímos un paseo por las cercanias para recoger de paso algunas patatas y cocos. Seguímos la direccion del arroyo, el cual nos condujo á un anchuroso pantano que terminaba un lago de ameno aspecto, y en cuyas orillas revoloteaban aves de todos tamaños y géneros, creciendo en torno alta y espesa yerba de cuyos tallos salian aristas, y al examinarla quedé agradablemente sorprendido al reconocer el arroz silvestre, que si bien de menuda especie, parecia de buena calidad. En cuanto al lago, el que ha nacido en Suiza y ha visto desde su infancia el de Ginebra y la tersa superficie de sus tranquilas aguas, podrá comprender el inexplicable gozo que experimentámos al contemplarlo. ¡Aquí estaba la Suiza, al ménos una muestra de aquella tierra querida! La ilusion duró muy poco. ¡Aquella orilla con su vegetacion potente y sus gigantescos árboles nos evidenció que no estábamos en Europa, y que nos separaba de la patria una inmensidad desconocida!

Ernesto disparó á los pájaros que allí se encontraban, y con sorpresa mia desplegó en la caza, en la que por primera vez se ejercitaba, una destreza y serenidad sorprendentes. Mató algunos; pero no los hubiéramos encontrado á no ser por el chacal de Federico que vino con nosotros y se metió en el fango para traérnoslos.

El mono Knips, que era tambien de la partida, nos proporcionó otro descubrimiento interesante. De pronto le vímos hurgar en unas yerbas y separar las hojas con sus manos, comiendo al mismo tiempo algo que le gustaba mucho. Nos acercámos, y resultó una sorpresa agradable: eran fresas de las más ricas y aromáticas. En esta ocasion no desdeñámos imitar al mono; recogímos cuantas se pudo, cuyo delicioso perfume se parecia al de la piña americana. A más de la que podíamos llevar, el canasto de Knips se llenó tambien de fresa colocada con esmero y bien cubierta de hojas, sujetándoselo bien para que por el camino no le diese tentacion de apropiarse lo que destinábamos como regalo á la familia. Tampoco me olvidé de traerme una muestra del arroz, creyendo, y fundadamente, que mi esposa recibiria un buen alegron al verlo. Costeámos despacio el lago, cuyas férti-