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CAPÍTULO XXVI.

agua y mezclada con miel de caña, que constituia un refresco muy saludable y nutritivo con la apariencia y dulzura de la leche.

La avutarda, que estaba levemente herida, quedó agregada al corral, y las codornices asadas nos proporcionaron un excelente principio. Empleóse el resto del dia en poner en órden la hacienda de Falkenhorst, trillar y aechar los cereales á fin de conservar tan preciosa semilla para otro año, y disponer lo necesario para la excursion proyectada. Tenia ideado formar una colonia con la mayor parte de los animales, cuyo número se acrecentaba de tal suerte, que ya me causaba embarazo tener que mantener tantas bocas, en particular cuando llegase la mala estacion, pues no podíamos cuidarlos. Por lo tanto urgía arbitrar medios de aclimatarlos en otro punto, librándonos así de ese cuidado, buscándose ellos mismos la subsistencia necesaria á su conservacion, pero de manera que los encontrásemos cuando fuese necesario.

En consecuencia mi esposa eligió una docena de gallinas y un gallo, y yo saqué del establo cuatro cerdos, dos pares de ovejas, dos cabras y un macho cabrío, los cuales se colocaron en el carro donde ya habia provisiones de toda especie, víveres, herramientas y demás utensilios necesarios, y tirado por el búfalo, la vaca y el pollino, salímos todos de Falkenhorst para la nueva expedicion.

Federico, caballero en el onagro, iba delante á fin de reconocer el terreno para no meternos en algun atolladero, guiando por diferente camino al de otras veces, entre las rocas y la costa á fin de explorar los terrenos que aun no se habian reconocido de Falkenhorst al promontorio. Al principio costó un poco trabajo abrirse paso por la maleza é intrincados matorrales que cubrian el suelo; pero el hacha venció todos los obstáculos. Despues de una trabajosa hora de camino desembocámos en una llanura cubierta de matas del aspecto más singular del mundo, pues no sólo sus ramas y hojas, sino el terreno al redor parecia cubierto de copos blancos como si acabara de nevar. Franz, que lo vió primero, quiso saltar del carro gritando:

—¡Papá! ¡papá! ¡nieve! ¡nieve! ¡mamá! ¡deje V. que me apee para hacer pelotas!

Reímonos de la inocencia del niño al hablar de nieve cuando nos achicharrábamos de calor, no acertando nadie de pronto con lo que formaba aquella blanquísima alfombra; Federico aguijó al onagro, y volvió trayéndonos un ramo cargado de aquel vellon blanco, que alborozado conocí ser algodos del más fino. Era este hallazgo de precio inestimable, y ya mi esposa estaba echando cuentas de lo que con él pensaba hacer cuando tuviese lo necesario para emplearlo. Parámonos y recogímos cuanto se pudo; se llenaron tres sacos, conservando con especial cuidado la simiente que más adelante plantaríamos en las cercanías de Zeltheim, á fin de tener más á mano tan preciosa cosecha.

Terminada la operacion, seguímos adelante, dirigiéndonos á una colina que