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CAPÍTULO XXVI.

grandes pescados que acudieron en trople al Arroyo del chacal para depositar sus huevos entre las piedras de su álveo; Santiago fue quien primero divisó aquella irrupcion y me dió parte. Acudímos á la playa, y en efecto vímos aquella masa de pescado que se atropellaba por contrarestar la corriente. Por su aspecto y magnitud, aunque Santiago me anunciara ser ballenatos, unos me parecieron sollos y otros salmones de los mayores. Miéntras que discurria los medios de coger algunos, cuya pesca era más seria que la de los arenques, Santiago, siempre el más atrevido, se fué á la gruta y volvió en seguida provisto de su arco, flechas y un ovillo de bramante. Ató una de aquellas al extremo del cordel, y en cuanto echó el ojo á uno de los salmones mayores, tendió el arco y se la clavó en el costado. El pez herido bregaba por desasirse, de tal suerte, que si no acudieran pronto Ernesto y Federico, hubiera roto el bramante. Dándole cuerda y cansándole, al fin pudo sacarse á tierra y se le dió muerte. Al ver tan buen resultado tratámos de sacar más partido, ántes que los salmones se alejaran. Para esto acudímos todos, empleando cada cual su arma: yo con un tridente, como el dios Neptuno; Federico con su arpon, Ernesto con la caña, y Santiago con sus flechas. Cada uno hizo presa; mas yo tuve la suerte de coger entre las rocas dos ó tres. La gran dificultad era poderlos sacar del agua; Federico, que tenia clavado el arpon en un sollo que mediria al ménos ocho piés, no acertaba á arrastrarlo hácia la playa, resistiendo á todos nuestros esfuerzos reunidos, cuando á mi esposa, que presenciaba la escena, se le ocurrió la idea de traer el búfalo; le hicimos tirar de la cuerda, logrando así hacernos dueños de tan importante pesca.

No fue mala la que se armó para arreglar sobre la marcha, abrir, limpiar y poner en salazon el pescado. Una parte se saló, y la otra se curó como los arenques. Mi esposa, siempre industriosa, cuidó de conservar algo en escabeche como se hace con el atun. El sollo, cuya carne se parece á la de ternera, era hembra y los huevos pesaban más de cuarenta libras. Estaban ya por tirarlos al arroyo, así como los desperdicios, cuando me opuse, recordando que los rusos aderezan un manjar muy delicado con los huevos del sollo, al que apellidan caviar [1]. A cuyo efecto lavélas bien despojándolas de pellejo y fibras, y ligeramente saladas, las prensé en calabazas agujereadas para que se escurriera el agua. Al cabo de algunos dias se redujeron á una masa sólida, á manera de queso, y en seguida se pusieron á curar al humo junto con el pescado, lo que fue otro recurso para el invierno.

Para aprovecharlo todo traté tambien de servirme de la piel viscosa, las aletas y el resto de las entrañas del sollo para hacer con ello lo que se llama vulgarmente cola de pescado. Hervidos esos restos en una caldera y evaporada el agua, el remanente quedó con una consistencia espesa, parecido á la cola fuerte,

  1. El cabiar ó cabial es un manjar muy estimado que se sirve en muchas partes del Oriente, aderezándose segun aquí se indica.