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CAPÍTULO XXVI.


Yeso.—Salmones.—Sollos.—Cabial.—Algodon.


El arreglo de la cueva vino á constituir el trabajo habitual de todos, y aunque los progresos eran lentos, porque cada vez nos distraian otros cuidados diversos, no desesperé de que estuviera dispuesta ántes de la estacion de las lluvias. Registrando escrupulosamente los muros de la cueva, advertí que entre la cristalizacion salina de que casi en su totalidad estaba revestida, habia muchas piedras de espato de yeso que podrían ser de grande utilidad para las construcciones. Como el recinto no era vasto, busqué el sitio más á propósito para desprender ese mineral sin conmover lo demás, y en efecto me salió bien la operacion empleando escasa pólvora, teniendo la suerte de encontrar despues otra veta de espato en el borde saliente de la roca bajo la cual establecí al principio el depósito de municiones de guerra. Calciné luego los trozos de mineral arrancados, y cuando estuvieron frios, los niños los redujeron á polvo con la mayor facilidad, y lo colocaron en toneles, lo cual me proporcionó yeso para dedicarme á la albañilería.

Empleélo primero en revestir exteriormente los barriles donde tenia conservados los arenques, para preservarlos del contacto del aire y de la humedad; y no lo hice sino con la mitad, pues el contenido de los otros, para complacer á mi esposa que le gustaban mucho, se destinó para curarlos al humo, segun acostumbran los pescadores holandeses y americanos, construyendo al efecto con ramas una choza para colgarlos ensartados en juncos; encendí lumbre con leña verde, hojas húmedas y musgo para que produjese mucho humo, cerré luego cuidadosamente la choza á fin de que no se saliese por ningun resquicio, y obtuve una buena provision de arenques secos, de color amarillento y muy brillantes, tan bien preparados como los mejores que se curan en Holanda.

Al mes de esta pesca el mar nos trajo otra visita que no fue menos productiva. En un dia, la Bahía del salvamento y las costas inmediatas se llenaron de