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CAPÍTULO XXV.

aunque sólo fuese un hueco suficiente para conservar la pólvora que nos restaba, que tanto convenia economizar, determinéme al fin, y elegí en lo más cortado del peñasco el punto de donde debian partir los trabajos. Estaba situado este en lugar más conveniente y con mejores condiciones que el de la tienda, abarcando la vista la Bahía del salvamento y gran trecho de las orillas del Arroyo del chacal. Tracé con un carbon la boca que trataba de dar á la cueva, y echando mano al cincel, picos, barra y martillos de cantero, comenzámos á trabajar firme.

Los primeros golpes produjeron poco efecto: el sol y la intemperie habian endurecido de tal modo la superficie de la roca, que el acero apénas la desgranaba; pero el ánimo de mis obreros no desmayaba, los golpes redoblaban, y algunas pulgadas de hendidura conseguidas en todo un dia, estimularon á proseguir con nuevo ardor al siguiente, y al cabo de cinco ó seis, con auxilio de cuñas y palancas lográmos desgajar una gran piedra, tras la cual se presentó la capa calcárea que la servia de asiento y que el pico hizo desaparecer luego, con que sólo tuvímos que luchar con una tierra arenisca y movediza, que al azadon despejaba, y á medida que adelantábamos acrecentábase la esperanza del éxito.

Así proseguímos varios dias, y ya contaba siete piés de profundidad el hueco, cuando una mañana, Santiago, que á golpe de martillo hincaba en la arena una barra angular de hierro, dijo asombrado.

—¡Papá, papá! ¡he perforado la montaña! ¡no hay más tierra que sacar!

Acudió Federico presuroso donde estaba su hermano, y si bien era cierto el dicho de Santiago, no habia sabido explicarlo. Subido estaba yo en una escalera dando mayor elevacion á la boca de la cuerva, cuando oí la algazara que movian mis dos hijos, y acercóseme Federico diciendo que en efecto la barra, moviéndola en todo sentido, probaba hasta la evidencia que detras existia un hueco. Tan extraordinaria me pareció la noticia, que bajé aprisa, y llegando al fondo de la bóveda cercioréme de lo que anunciaban. Tomé la barra, y á fuerza de removerla é hincarla en varios puntos, ensanchóse la abertura en términos que uno de los niños cupiera en ella. Todos querian introducirse, pero me opuse á su deseo, porque acercándome al agujero para calcular la extension del hueco, una bocanada de aire mefítico me causó tal vértigo, que por poco me priva de sentido.

—¡Huid! ¡huid de aquí, hijos mios! ¡alejáos corriendo! les grité lleno de espanto. ¡Si os acercais podeis encontrar la muerte!

Cuando todos estuvímos á cierta distancia de aquel sitio, les expliqué las condiciones que debia contener el aire para ser respirable, diciéndoles:

—El aire por largo tiempo comprimido se convierte en gas deletéreo que priva instantáneamente de la vida al desgraciado que le aspira, y para conocerlo y preservarse de sus funestos efectos, el medio más sencillo y seguro es el fue-