Página:El Robinson suizo (1864).pdf/181

Esta página ha sido corregida
159
CAPÍTULO XXIV.

taba expedita la comunicacion entre la bóveda de las raíces y el hueco de la escalera que se apoyaba en su centro, nos sirvió esta para colocar en sus gradas la mayor parte de objetos, entre ellos los utensilios de cocina más indispensables. Mi esposa se habituó á trabajar sentada en un escalon junto á una ventana, teniendo á su lado Franz, que era el que más se acobardaba. Por último, en aquellas estrechuras se excusó todo lo posible encender lumbre, porque á pesar del mal tiempo no era grande el frio, evitando así el humo que, no obstante la chimenea incomodaba, limitándonos á comer lo que no la necesitaba. Teníamos leche abundante, carne en cocina, y pescado curado; y los hortelanos conservados en manteca fueron un gran recurso, aunque mi esposa, como mujer de gobierno, cuidaba de no presentarlos sino por via de regalo. Sólo de cuatro en cuatro dias, y á veces cada ocho, se cocian algunas tortas de yuca ó se asaba algun tasajo de carne.

El cuidado de los animales nos precisaba á menudo tener que arrostrar la intemperie. Algunas veces teníamos que irlos á buscar al prado cuando no volvian al establo. Estas salidas eran terribles, pues debíamos hacerlas soportando horrorosos chubascos desconocidos en Europa. Volvíamos calados hasta los huesos y ateridos de frio, y merced á unos sacos con capuchones que dispuso mi esposa no nos mojábamos tanto. Para hacerlos se valió de las dos únicas camisas de marinero que restaban á las cuales dí varias capas de cautchú para que fueran impermeables. Con estos sayos de ermitaños llegámos á desafiar el agua impunemente. La facha que presentábamos no era la más seductora; sin embargo, todos hubieran deseado poseer uno; pero faltaba goma y tela para contentarlos.

Así se fué pasando lo ménos mal posible, echando por primera vez de ménos las cómodas y sólidas habitaciones de nuestra patria. Tocábame alentar á la familia, y para conseguirlo no perdoné medio alguno.

Los dias trascurrian repartiendo sus horas en las mismas tareas. La mañana se empleaba en el ganado, y despues en moler harina ó hacer manteca. A pesar de la puerta vidriera que cerraba la barraca, la oscuridad del cielo, encapotado siempre, y nuestra posicion bajo un árbol tan extenso y de tan espeso follaje, adelantaban la noche haciéndola más larga y pesada. Cuando esta llegaba, la familia se reunia al rededor de un blandon de cera verde colocado en un mechero de madera, fijo en la mesa del comedor. La buena madre cosia ó remendaba, yo escribia en borrador mi diario, Ernesto lo ponia en limpio, Federico y Santiago enseñaban á leer y escribir á Franz, ó bien leian en alta voz un rato en cualquiera de los libros de la biblioteca del buque, alternando con dibujar los animales ó plantas que más llamaron su atencion en las diferentes excursiones; y por último, despues de la cena, varias oraciones y ejercicios devotos cerraban el dia.

Cuando calmaba la furia del viento, se asaba entónces alguna gallineta ó penquino que se cogian en el arroyo, y por escasa que fuera la importancia de estos