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CAPÍTULO PRIMERO.

tenazas y herramientas de carpintero; Franz cañas, sedales y anzuelos para pescar. Felicité á los tres por sus hallazgos, y tocante á Santiago, que se me presentó con dos perrazos, le dije:

—¿Qué pretendes hacer con ese par de animalitos?

—Nos servirán para cazar cuando estemos en tierra.

—¿Y cómo irémos allá, atolondrado?

—Fácilmente, replicó: sobre toneles, como yo lo hacia en la alberca de nuestro pueblo.

Esta idea fue par mí un rayo de luz: auxiliado de mis hijos, saqué de la bodega y subí á la cubierta algunas barricas para aserrarlas por la mitad con los instrumentos que á la mano teníamos, no parando hasta haber conseguido ocho tinas de igual tamaño. ¡Con qué satisfaccion contemplábamos nuestra obra! solo mi esposa no participaba del general y legítimo entusiasmo.

—Jamás, dijo, me resolveré á aventurar la vida en tan débil apoyo.

—No pienses tan de ligero, querida mia, y aguarda para juzgar á que concluyamos la tarea.

Sujeté las tinas á una larga y flexible tabla, con la cual y otras dos á los lados obtuve á copia de inauditos esfuerzos una especie de estrecha góndola dividida en ocho compartimientos, con la simple prolongacion de las tablas por quilla; así que ya poseíamos una embarcacion capaz de sostenernos á todos y conducirnos un corto trecho estando el mar sosegado. Hasta aquí todo iba bien; pero no parábamos mientes en que nuestras fuerzas no bastaban para botar la balsa, á pesar de su sencillez y ligereza. Pedí pues una palanca, trájola Federico, y apliquéla á un extremo de la balsa, levantándola lo suficiente para que los niños metieran debajo unos rodillos. Asombrados quedaron los pobrecitos, en particular Ernesto, al presenciar los poderosos efectos de tan sencillo ingenio, cuyo mecanismo les iba explicando miéntras proseguia el trabajo; sin embargo, Santiago con su vivacidad exclamó:

—Muy despacio va esto, papá.

—Poco á poco hila la vieja el copo, le contesté.

A costa de grandísimo afanes lográmos colocar la frágil embarcacion al borde del costado del buque y empujarla lentamente al agua hasta ponerla á flote, cuidando de amarrarla al costado de la nave; mas ¡oh fatalidad! apénas se meció en las olas, cuando se ladeó de tal modo que ninguno osó saltar en ella para enderezarla.

En medio de la pesadumbre que tal contratriempo me causaba, ocurrióseme que el lastre podia remediarlo, y por lo tanto apresuréme á arrojar en las tinas más altas cuantos objetos pesados me deparó la casualidad, con lo cual poco á poco se enderezó la balsa hasta mantenerse en equilibrio, prorumpiendo á la sazon mis hijos en gozosas exclamaciones, y deseando cada cual á porfía embarcarse el primero. Temeroso de que sus movimientos neutralizasen el efecto del