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CAPÍTULO XXIII.

cieran expresamente para el asno, sino que toda la familia, incluso el pequeño Franz, se sirvieron de él para adiestrarse en la equitacion, en términos de cabalgar sobre el caballo más fogoso, cuando llegaron á dominar semejante fiera.

Federico tampoco descuidó su águila. El ave real, cuya educacion progresaba visiblemente, se fué acostumbrando á arrojarse sobre la caza muerta que el adiestrador le ponia delante, colocada unas veces entre los cuernos del búfalo, y otras encima de la avutarda ó del flamenco, para que aprendiese á abalanzarse á los animales como sobre cualquiera otra presa. Medio domesticada el águila obedecia á la voz ó silbido de su amo, si bien este no se atrevió á soltarla, temiendo que su instinto fiero y montaraz no la inclinase á recobrar la libertad privándole así de su conquista.

El indolente Ernesto no quiso quedarse atras en la instruccion del mono: maese Knips no dejaba de tener viveza y alguna maliciosa inteligencia como todos los de su especie; pero era un holgazan de á fólio y recibia las lecciones que se le daban con la peor voluntad del mundo. Sin embargo, la paciencia del filósofo habia conseguido acostumbrarle á cargar á cuestas una canastita, obligándole á llenarla y vaciarla cuando se lo mandaba, sirviendo así de peon á nuestro perezoso doncel. Superando la flema y teson del maestro la petulancia y ligereza del discípulo, la educacion triunfó al fin, y maese Knips, que al principio se enfurecia al ver la canastilla, la cobró despues tanto cariño que no se hallaba sin ella.

Santiago fue el ménos afortunado en sus tentativas pedagógicas: á pesar de haber bautizado al chacalillo con el nombre de Cazador, la bestia indómita y carnicera, como de mala ralea, no cazaba sino por cuenta propia, y si alguna vez traia algo á su amo, cuando más era la piel del animal que acababa de devorar. Sin embargo todavía conservaba esperanzas de obtener mejores resultados.

Miéntras los niños así se entretenian, yo tampoco permanecia ocioso. Desde que tuve cera natural perfeccioné la fabricacion de las bujías, mezclándola con la de las bayas de mirica [1], valiéndome de los moldes de bambú, cuyo invento pertenecia á Santiago, llegando á darles la redondez, lisura y brillo de las de Europa, de las que no se diferenciaban sino en su color más oscuro. Las mechas, lo confieso, me dieron mucho que hacer, porque no queria mi esposa emplease en ellas la escasa tela de algodon que nos quedaba, la cual guardaba como oro en paño; pensé al principio sustituirla con una madera resinosa que partí en astillitas como cerillas; pero se carbonizaba al instante, y la luz que producia era opaca. Mi esposa, como la más interesada, acudió en mi auxilio al verme tan perplejo, y recordóme el aloe, cuya médula y corteza compuestas de filamentos

  1. La mirica es un género de arbusto resinoso de la familia de las miriáceas, plantas dicotiledóneas de hojas alternas, entre los que figura el que aquí se cita, llamado cerero de la Luisiana ó árbol de la cera, en razon á la que cubre sus bayas ó frutos (Nota del Trad.).