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CAPÍTULO XXII.

pear en diferentes partes para calcular por el eco hasta donde llegaba el vacío. Tan extemporánea tentativa pudo tener funestas consecuencias para uno de los asaltantes: este era Santiago, que precisamente, como el más atolondrado, estaba á la boca de la abertura por donde entraban y salian las abejas, las cuales le acribillaron con sus aguijones cara y manos al salir en tropel asustadas de sentir quizá bambolear el palacio artístico de cera. Aunque sus hermanos estaban un poco más abajo, quedaron tambien no poco maltratados; y únicamente Ernesto, merced á su indolencia habitual, fue el que salió mejor librado, pues como llegó el último, cuando vió el enjambre, se retiró más que de prisa; todo eran gritos, llanto, pataleo, hasta que llegó mi esposa, y con tierra desleida en agua cubrió las partes lastimadas de los chicos, lo que les calmó el dolor.

Este percance interrumpió la sonda, y miéntras mis imprudentes obreros se hallaban fuera de combate y sin poder ocuparse en nada, entretúveme en labrar una colmena para alojar á tan belicosas enemigas, así como en idear el medio de hacerlas abandonar el tronco sin riesgo de quedar ciegos. Entre las grandes calabazas que tenia, elegí la parte cilíndrica de una que coloqué sobre una tabla, pegándola con barro y dejando por debajo un agujero para dar entrada á las abejas. Otra media calabaza sirvió de techo á esta colmena; pero como las abejas aun no habian vuelto de su espanto, y faltaban brazos para hacer algo ántes de la noche, aguardé á que estuvieran todas en el hueco, y que el fresco, al entumecerlas, contribuyese tambien al éxito del proyecto.

Una hora ántes de amanecer ya estaba levantado, y desperté á los niños para que me ayudasen á la traslacion de las abejas á la colmena que les tenia dispuesta. Los dispersos entraron al fin durante la noche en su palacio. Carecia de mascarilla y demás preservativos que usan los colmeneros para guarecerse de sus picaduras, que suplí con mi industria: comencé por tapar con greda la abertura del árbol, dejando sólo el espacio suficiente para introducir la extremidad de una pipa que encendí, cubierto el rostro con un paño, y me puse á fumar, dirigiendo el embriagador humo del tabaco dentro para atontar el pequeño pueblo de que queria apoderarme. Al salir el humo, dejóse oir en el interior un gran zumbido, semejante al de una tempestad lejana, calmóse despues, y quedó todo en silencio sin que saliese abeja alguna. Entónces Federico y yo, valiéndonos del escoplo y el hacha practicámos una abertura en el tronco de cerca de tres piés en cuadro debajo de donde estaban las abejas, y repetí la fumigacion con una pelota de tabaco encendido para que el rumor y el aire no despertasen las abejas; pero nada debia ya temerse por los pobres insectos; narcotizados agrupáronse en racimos á las paredes de su morada, y no faltó más que recogerlos en escudillas de calabaza y trasladarlos á la nueva colmena situada en lo alto del árbol. Terminada la operacion pude examinar impunemente el hueco del árbol. ¡Cuál fue mi admiracion al ver los trabajos inmensos de tan industriosos insectos! Era tal la riqueza de miel y cera que allí había, que temí carecer de suficientes vasijas