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CAPÍTULO XXII.


Ingertos.—Colmena.—Abejas.


Comenzámos la tarea del siguiente dia colocando las cañas de bambú junto á los troncos de los arbolillos del criadero para que no se torciesen, á cuyo fin llevámos en el trineo tirado por la vaca lo necesario para esta operacion. El búfalo quedó en la cuadra, pues deseaba que la herida del hocico e cicatrizase ántes de dedicarle al trabajo. Se le dió un buen puñado de sal para contentarle, y la pobre bestia, ya casi domesticada, lo recibió con tanto agrado que queria seguirnos.

Nuestros trabajos comenzaron por la calle de árboles que conducia desde Falkenhorst al Puente de familia. Casi todos, por la fuerza del viento, estaban en el suelo ó muy ladeados. Los fuímos poco á poco enderezando y sujetando á las estacas, con tallos que reuniesen la flexibilidad y consistencia requeridas.

La índole misma de la ocupacion dió lugar á que los niños suscitasen varias cuestiones relativas á la agricultura y botánica, que con el mayor gusto resolví para instruccion suya.

—¿Estos árboles, papá, preguntóme Federico, son bravíos, ó están ya ingertados?

—¡Cómo bravíos! dijo Santiago riéndose á carcajada, ¡si nos querrás dar á entender que hay árboles montaraces y árboles domesticados!

—Ahora has querido despuntar de agudo, pobre Santiago, respondí, y has dicho una simpleza; verdad que no existen árboles cuyas ramas se inclinen complacientes á la voz del hombre, lo cual no se opone á que los haya silvestres y otros que no lo sean. Para obtenerlos se emplea un medio que se llama ingertar, que consiste en la insercion de una ramita ó yema de un árbol que produzca buen fruto, en otro que lo dé ácido o de mal gusto; más tarde os enseñaré prácticamente este procedimiento sencillo, que ofrece en sí mucho recreo, porque de esta suerte, no solamente el agricultor obtiene toda clase de frutos, aun-