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EL ROBINSON SUIZO.

de verse juntos los amansase como los otros. El águila lo fue igualmente; mas al atarla Federico con una cadenilla de alambre á una rama de la higuera donde ya se encontraba el papagayo, tuvo la imprudencia de descubrirla los ojos que tuviera tapados hasta entónces. La refraccion de la luz en sus pupilas causó en el ave de rapiña tal efecto, que nos llegó á asustar; se enfureció de tal modo, recobrando su voraz instinto, que en un instante el pobre papagayo, que se encontraba á su alcance, quedó despedazado, sin que pudiéramos socorrerle. Al verlo Federico montado en cólera disponíase á matarla, cuando Ernesto imploró indulto para la culpable, diciendo:

—Dámela, que la amansaré, y quedará tan dócil como un perro.

—Ni siquiera lo imagines, le respondió, es mia porque la he cogido; pero bien pudieras decirme lo que harias para domesticarla.

—¡Hola! Con que quieres conservar el águila ¿he? pues yo guardaré el secreto.

—¡Qué poco complaciente eres, Ernesto!

La cuestion seguia adelante, y mi intervencion se hizo necesaria.

—¿Por qué, dije á Federico, pretendes que tu hermano te ceda gratuitamente el secreto? ¿No tiene igual derecho con su estudio, que tú con tu habilidad y destreza? ¿Qué más justo que le cedas algo en cambio de lo que me maravilla?

—Tiene V. razon, papá, respondió Federico más sosegado. Pues bien, Ernesto, nos arreglarémos: yo te daré el mono, si me quieres decir el modo de amansar este fiero animal que deseo conservar. Ya ves, el águila vale mucho, ¡es animal heroico!

—Será todo lo que quieras, añadió Ernesto; pero como no me siento con vocacion de ser héroe, no insisto en poseer la emblemática ave; más deseo llegar á ser sabio, y así, prosiguió con ironía, me encargo de ser el cronista y poeta que cante las hazañas y altos hechos que llevarás á cabo con tu águila.

—Basta de broma, le respondí, burlon; dínos el secreto.

—Es muy sencillo, dijo Ernesto, si bien ignoro si se logrará el efecto: he leido no recuerdo dónde, que los caribes amansan las aves más fieras con sólo hacerlas aspirar el humo del tabaco.

Federico se echó á reir con aire de incredulidad; pero Ernesto fué al punto á buscar una pipa y tabaco que habíamos encontrado en el buque, y volviendo luego, se puso á fumar gravemente debajo de la rama en que se encontraba el águila cada vez más enfurecida. A medida que ascendian las bocanadas de humo, el águila fue apaciguándose, lo que visto por Ernesto se las dirigió á la cabeza, envolviéndola en sus espirales, y poco á poco, volviendo en sí de aquella especie de letargo, fijó en nosotros sus miradas con aire estúpido, acabando por quedar inmóvil y como embriagada, en términos que Federico pudo taparla los ojos