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CAPÍTULO XXI.

no me habia tocado el turno de informarme de lo sucedido durante mi ausencia.

Refirióme mi esposa que nadie habia estado ocioso. Los unos se habian ocupado en cortar leña y caña dulce para las hogueras de noche, y otros en cortar la gran palmera en que se encaramó Ernesto con el fin de extraer la preciosa harina del sagú, añadiendo que durante su ausencia habia penetrado en la choza una cuadrilla de monos haciendo grandes estragos en ella; el vino de palmera, los cocos, las patatas, todo lo habian comido ó destrozado incluso el cercado, en términos que al regresar la familia de la pequeña excursion la costó mucho reparar la avería. Federico, que por la tarde habia ido á dar una vuelta, alcanzó una caza magnífica logrando coger en el mismo nido situado entre elevadísimas rocas un ave de rapiña que, si bien de pocos dias, ya estaba del todo cubierta de plumas, manifestando al punto que la vió Ernesto ser un águila de Malabar, opinion que confirmé, acosejando á Federico la criase con esmero, por cuanto despues de domesticada, lo cual era fácil, se la adiestraria para cazar al vuelo como el halcon. Mi esposa refunfuñó un poco al oirlo, diciendo:

—No sé verdaderamente cómo nos vamos á componer para alimentar tantos comensales como traeis diariamente, sin contar lo que me encocoran y entretienen.

La observacion estaba en su lugar; pero al fin pude tranquilizarla, demostrándola que los huéspedes, más bien que objeto de lujo, todos prestaban su especial servicio, y en caso de escasear los comestibles serian un gran recurso para la despensa; mas para conciliarlo todo y aliviar á mi esposa, que tan recargada de trabajo estaba, participé á todos que cualquiera que trajese algun nuevo animal á la colonia, el portador se encargase de mantenerle, so pena de que á la menor contravencion se soltaria el cautivo, castigando así la pereza ó indolencia de su dueño.

Tomada esta determinacion, que tranquilizó á mi esposa, dispuse se encendiese lumbre con leña verde para ahumar los trozos de búfalo salado que habíamos traido de la expedicion, los que estuvieron expuestos toda la noche para que se curasen bien. Llegó por fin la cena. Todos teníamos buen apetito y mejor humor. Mi esposa habia asado uno de los mejores trozos del búfalo; departióse acerca de las aventuras del dia y hazañas de Santiago, y despues de haber pasado revista á los animales, distribuirles abundante pienso y tomar las disposiciones necesarias para pasar la noche con seguridad, entrámos en la choza, donde los mullidos colchones de heno que el ama de gobierno habia tenido buen cuidado de preparar, nos procuraron el descanso del que tanta necesidad teníamos.

Federico, que por consejo mio habia tenido la precaucion de vendar los ojos al águila para amansarla, la colocó en una rama, sujeta por una pata. En cuanto al chacal de Santiago, al que se diera un poco de leche, no fue me-