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CAPÍTULO XXI.


El chacal.—Aguila de Malabar.—Macarrones.


Regresámos por el sendero de las peñas sin el menor tropiezo. El búfalo, al que desde luego habíamos cargado con las cañas, respingaba de cuando en cuando; pero el freno, que tan sensible le era, le hizo cada vez más obediente. Durante la caminata divisámos un gran chacal que salia de su madriguera, el que tan pronto como nos viera echó á huir más que de paso, y habiéndose dado caza los perros, pronto lo alcanzaron: era una hembra. Santiago quiso desde luego penetrar en la cueva por si encontraba cachorros; mas como temia que el macho pudiera estar con ellos, disparé ántes un tiro dentro de la cavidad por si salia. Conociendo que no estaba en ella, mi hijo penetró. Turco y Bill le habian tomado la delantera, y los encontró devorando una camada de chacalillos, de los que con gran trabajo pudo salvar uno, que permití conservase para criarlo, lo que le puso muy contento. Era tan grande como un gatito, con el pelo de color de oro, lo que le hacia muy vistoso.

Este suceso ocasionó otro descubrimiento interesante: miéntras el chacal nos tenia detenidos, calé al búfalo á un arbolillo que reconocí al punto ser la palmera enana espinosa, que hacia tiempo buscaba y deseaba encontrar para plantarla como vallado al rededor de Zeltheim.

Era ya casi de noche cuando llegámos al campamento, donde encontrámos á la familia que nos aguardaba inquieta é impaciente. La vista del búfalo, nuevo huésped del que tan buen servicio se esperaba, llamó la atencion, y dió márgen á varias preguntas que nos obligaron á contar minuciosamente nuestra peligrosa aventura. Santiago, siempre fanfarron, bien hubiera deseado atribuirse el exclusivo honor de la captura, sin embargo hice la debida justicia al valor y serenidad que demostrara en la jornada. El hallazgo del chacalillo dió pábulo igualmente á la conversacion, y tanto fue lo que se habló, que llegó la hora de cenar y aun