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EL ROBINSON SUIZO.

sa, y su madre, aunque atravesada por dos balas, conservaba la suficiente vida para que los alanos pudieran todavía ser víctimas de su desesperado coraje, por lo cual se hacia preciso salir del paso: acerquéme, y un pistoletazo disparado al testuz casi á boca de jarro acabó con sus sufrimientos y su vida.

Entónces comenzámos á respirar desahogadamente: ¡habíamos visto la muerte muy de cerca, y ¡qué muerte!

Alabé á mi hijo por la sangre fria que habia mostrado en esta ocasion; y en efecto, en vez de llorar y amilanarse, lo que para mí hubiera sido lo peor, sin dejarse dominar por el terror disparó la carabina con la mayor serenidad del mundo. Le exhorté á que obrase siempre lo mismo en lances semejantes, en los que la presencia de ánimo es indispensable; pero no estábamos en el caso de alargar la conversacion.

Los perros seguian á vueltas con el búfalo, y temiendo que cansados al fin soltarian la presa, no sabiendo que hacerme para socorrerlos, y deseando no matar al búfalo, sino apoderarme de él vivo, para que domesticado sustituyese al asno perdido, viéndole cada vez más furioso, Santiago me libró del apuro sacando de su faltriquera el lazo de balas que le enseñara á manejar y que siempre llevaba consigo; lo despidió con tal destreza y enredó de tal manera las piernas traseras del animal, que tirando con fuerza de la extremidad de la cuerda logró derribarlo en el suelo; entónces pude acercarme, y separando los perros le trabé con un cordel los cuatro remos, con lo cual quedó el pobre búfalo inmóvil y vencido á nuestra disposicion.

—¡Victoria! ¡victoria! exclamó el niño: papá, ya tenemos un hermoso cuadrúpedo que reemplazará con ventaja al estúpido burro, y uncido á la carreta hará buena pareja con la vaca. ¡Qué dirán mamá y los hermanos cuando vean ese nuevo cautivo!

—Paciencia, amiguito, paciencia, que falta el rabo por desollar. Aun no lo hemos visto uncido á la carreta. Le ves tendido, ¿díme ahora cómo lo sacamos de aquí?

—¡Toma! muy sencillo, ¿hay más que desatarle? y andará por su pié.

—Segun eso, crees que si lo soltamos nos seguirá obediente como un cordero.

—Los perros le harán entrar en vereda.

—¿Y si les pega una coz y echa á correr á escape? Buena la habríamos hecho. Tú no piensas que nos la habemos con un animal bravío, y me parece que lo mejor será emplear un medio usado en Italia para dominar los toros silvestres, el cual imagino saldrá bien; es cruel, pero la necesidad obliga.

Despues de sujetar más fuertemente al búfalo y azuzar á los perros que hicieron nueva presa en las orejas del animal que así no podia mover la cabeza, con el cuchillo de monte le taladré el hocico y pasé por el agujero una cuerda que sirviese de freno para gobernarle y moderar su fogosidad. La operacion sa-