Página:El Robinson suizo (1864).pdf/153

Esta página ha sido corregida
135
CAPÍTULO XX.

mas, miéntras las más altas se confundian en las nubes. A la izquierda se prolongaba una serie de colinas tapizadas de verdura, y un arroyo cristalino surcaba por el centro como una ancha cinta de plata. Perdidas las esperanzas, estábamos ya para volvernos cuando reparé á lo lejos como una manada de cuadrúpedos al parecer del tamaño de un caballo, cuya especie no pude distinguir al pronto. Con la ilusion de que quizá el asno se hubiese juntado á ellos, dirigímonos por donde estaban; y para abreviar el camino atravesámos por entre unos bambúes, cuya caña gruesa como el muslo de un hombre no bajaba de traínta piés de altura. No me disgustó hallarlos sabiendo el gran partido que puede sacarse de tan precioso vegetal cuando llega á esa magnitud, con el que los indios hacen barricas, mástiles para las embarcaciones y otras cosas útiles. Sin embargo, el atajo pudo habernos sido funesto, pues al salir de él nos encontrámos de repente, y á distancia de treinta pasos, con una manada de búfalos, de aspecto formidable. Conocia la ferocidad de estos animales en su estado bravío, y estremecíme, quedando como petrificado al verme frete á frente con tan terribles animales. Dirigí una mirada al pobre Santiago, y no pude contener las lágrimas. No obstante, estábamos demasiado cerca para pensar en retroceder, y era ya tarde y peligrosísimo huir. Los búfalos no fijaron su atencion en nosotros; quizá seríamos los primeros hombres que habian visto.

Al notar su aspecto tranquilo entreví la posibilidad de escaparnos, retirándonos despacio y sin ruido, y vuelto ya de mi primer espanto, estaba preparando la carabina cuando llegaron los perros que se habian quedado atras y nos buscaban ansiosos. A pesar de nuestros esfuerzos para contenerlos, á la vista de los búfalos arremetieron á ellos ladrando furiosamente. La manada se levantó asustada, y los mayores se adelantaron escarbando la tierra con las patas, amenazando con los cuernos y dando terribles bramidos precursores de una lucha desigual y espantosa en la que inevitablemente esperábamos ser víctimas. Mas no por eso Turco y Bill se intimidaron, dirigiéndose en derechura al grupo; con su instintivo plan de ataque se abalanzaron á uno pequeño que estaba algo separado de los demás, y le hicieron presa en las orejas: el bruto, bramando á más no poder por verse así cogido, hacia los mayores esfuerzos para zafarse de sus enemigos; acudió la madre en auxilio suyo y con sus largos y afilados cuernos hubiera indudablemente traspasado á cualquiera de los perros, si en aquel crítico punto me hubiera faltado resolucion; pero Dios me la concedió, y haciendo una señal á Santiago, que tambien tenia su carabina preparada y estaba muy sereno, disparámos á un tiemp sobre el rebaño, prometiéndome que á la explosion echarian á correr, y no me equivoqué, pues con gran satisfaccion nuestra, al oir los disparos, como su hubiera sentido el efecto de un rayo, la manada huyó despavorida con tal velocidad, que atravesó á nado el riachuelo que venía muy crecido, y sin parar de correr, en pocos instantes la perdímos de vista.

El búfalo quedaba sin embargo sujeto por los perros que no soltaban la pre-