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EL ROBINSON SUIZO.

tras de ellos; mas sea que no nos comprendieran ó no acertaran á encontrar las huellas del fugitivo, lo cierto es que despues de mucho andar de una parte y otra y sin resultado, nos volvímos sin él. Esta fuga impresiva me desazonó, tanto por lo indispensable que nos era aquella bestia, como por la aprension que me entró de si su repentino vértigo pudiera atribuirse á la proximidad de alguna fiera que pudiese atacarnos.

Como medida de precaucion, mandé encender una hoguera delante de la tienda, con la prevencion de que ardiera toda la noche, y á falta de leña seca para alimentarla, eché mano de las cañas dulces que nos sirvieron de blandones que alumbraban al paso que nos protegian.

Con estas precauciones, y tener prontas las armas de fuego, cenámos y nos recogímos en la tienda, que cubierta de ramaje y musgo asemejábase á las de los salvajes de la América. La noche estaba fresca, y el calor que difundia la hoguera no nos venía mal; sin embargo, nos acostámos completamente vestidos, y como estábamos cansados, el sueño no tardó en presentarse, si bien lo ahuyenté velando gran parte de la noche. Cuando se apagó la hoguera encendí las cañas, y tranquilo por la brillante claridad que despedian, me eché á dormir hasta la madrugada; afortunadamente nada vino á turbar nuestro reposo.

El nuevo sol nos encontró ya á todos listos: dímos gracias al Señor por la proteccion que nos habia dispensado, y nos desayunámos con leche y queso de Holanda. En seguida pensámos en el pobre asno, que aun no se habia presentado, y como me era tan indispensable, determiné buscarle á todo trance, aunque fuera necesario abrirme paso por los enmarañados y espesos bambúes que tenia delante y por los cuales entrara. Santiago no podia darse cuenta ni concebia el motivo que obligara al animal á dejarnos tan bruscamente y echar á correr al desierto, expuesto á que lo devorasen las fieras, diciendo que se habia hecho indigno de que nos molestásemos en buscarle. Sin hacer caso de sus razones, anunciéle que él era justamente el designado para acompañarme en esta expedicion, y como los perros debian tambien ir con nosotros, decidí que Federico y Ernesto se quedasen al cuidado de su madre y hermanito. La preferencia que dí á Santiago le envaneció, y ambos bien armado y con abundantes provisiones emprendímos la marcha.

Al cabo de andar más de una hora y de registrar infructuosamente los alrededores salímos á una anchurosa vega donde la casualidad nos deparó las huellas de nuestro fugitivo, mezclada con otras que indicaban la pezuña de un animal más fuerte; mas á poco unas y otras desaparecieron entre la maleza y varios arroyuelos que obstruian el paso.

Caminábamos pues á la ventura, examinando atentamente la llanura que solitaria y silenciosa se extendia á nuestra vista; alguna que otra ave que cruzaba era el único ser viviente que se divisaba. Una majestuosa cordillera de montañas se elevaba á la derecha: otras, cuyos bajos presentaban variadas y caprichosas for-