Página:El Robinson suizo (1864).pdf/149

Esta página ha sido corregida
131
CAPÍTULO XX.

además admirar la prevision de esas aves, cuyo principal alimento consistia en los tiernos frutos del árbol de la cera, por lo que habian fijado su domicilio en un paraje donde tanto abundaban. Mis hijos lo probaron, pero no les gustó, y así sólo se hizo provision de él para bujías, llenando dos sacos, y otros dos de guayabas, que mi esposa se proponia confitar. Pasámos luego por junto á los árboles del cautchú, y tuve buen cuidado de seguir haciendo en su corteza grandes y profundas incisiones, colocando al pié medias calabazas para que fuésen recibiendo el jugo gomoso que salia, del que pensaba sacar gran partido para la construccion de calzado impermeable.

Llegámos al bosque de las palmeras, y doblado el cabo, nos encontrámos con una vega la más fértil y deliciosa que se pudiera imaginar; á una parte se veía un espeso cañaveral de azúcar, y á otra, una alameda inmensa de bambúes y de palmeras; delante, el promontorio, y cerrando el horizonte el anchuroso mar y el azul del cielo que completaban la magnificencia del cuadro.

Tanto nos agradó aquel sitio que unánimemente se eligió por centro y punto de partida para las futuras excursiones, y estuvo en poco el establecernos en él abandonando la morada aérea de Falkenhorst; pero como no ofrecia la seguridad de que allí se disfrutaba, pronto se renunció al proyecto inspirado solamente por el capricho de un momento.

Descargáronse las bestias, y se tomaron las oportunas providencias para pasar la noche y quizá más de un dia en aquel ameno valle. Despues de una ligera refaccion, cada cual la tomó por donde mejor le vino; unos á coger cañas dulces, otros á cortar bambúes, objeto primordial de la excursion, mondarlos, reunirlos en haces y echarlos en la carreta. Esta tarea y el cansancio natural que en sí llevaba fué aguzando insensiblemente el apetito de la familia menuda, y como aun no estaba lista la comida, tuvieron que contentarse con la caña dulce y cocos de que estaban atestados los árboles. Desgraciadamente faltaban entónces el mono lleno de coraje y el cangrejo hábil que hiciesen la recoleccion como en otras ocasiones; el fruto codiciado estaba á más de ochenta piés de elevacion, y no habia medio de alcanzarlo. Federico y Santiago intentaron subir á uno de los árboles, pero llegados á cierta altura, cansados los brazos que no podian abarcar tan gruesos troncos, se escurrieron dejándose caer al suelo avergonzados de su poca destreza. Sin embargo pensaban repetir la ascension, cuando acudí á su auxilio, supliendo con mi experiencia la poquedad de sus fuerzas. Les dí unos pedazos de piel de tiburon, que previendo el caso traia, para que se los liasen á las piernas, enseñándoles al mismo tiempo el modo de ayudarse para la subida con cuerdas que rodeasen el tronco con un nudo corredizo, medio que emplean los negros en América, y que sirvió á los niños para trepar con facilidad hasta lo más alto de la copa del cocotero, desde donde, valiéndose del hacha corta que llevaban al cinto, hicieron caer una lluvia de cocos que sirvieron para postres.