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EL ROBINSON SUIZO.

ya me figuraba, barricas de brea, sebo y alquitran; barriles de pólvora y balas, dos cañones de regular calibre, y calderas grandes destinadas para un refino de azúcar. De estos objetos se embarcaron desde luego los de ménos peso y volúmen; los restantes se condujeron á remolque por medio de cables encima de toneles vacíos fuertemente trabados unos con otros. Fueron precisos muchos viajes diarios y emplear cerca de una semana para el transporte de tanta riqueza. Por último, despues de haber hecho un alijo completo, y arrancando lo que era fácil desprender y podia utilizarse, como puertas, ventanas y sus marcos; cuando ya sólo quedó el casco pelado sin la más mínima cosa en sus entrañas, determiné volarlo de una vez para que las olas nos trajesen á la playa toda su madera, logrando utilizar de ese modo hasta sus últimos restos. Los preparativos de esta operacion definitiva fueron bien cortos y sencillos, en la Santa Bárbara coloqué un barril de pólvora con la correspondiente mecha encendida para que durase algunas horas y nos preservara de la explosion. La corriente y la vela nos condujeron pronto á la Bahía del salvamento, donde se hallaban depositadas todas las riquezas últimamente adquiridas. Al desembarcar propuse á mi esposa llevase la comida á lo alto de la batería, desde donde á la simple vista distinguia el mutilado casco del buque. Accedió, y nos sentámos alegremente á la mesa esperando con ansiedad el momento de la voladura; y al oscurecer vímos de repente alzarse sobre las olas una inmensa columna de fuego, cuya claridad alumbró un gran espacio de mar; siguióse luego una detonacion tremenda: ¡era el postrer grito de agonía de la nave que se sumergia en el abismo, la rotura del postrer lazo que nos unia con la Europa...! A lo cual se siguió la mayor calma y el más profundo silencio, infundiendo en nuestros corazones una súbita tristeza en vez de la alegría con que contábamos presenciar la desaparicion del buque que habia sido nuestra habitacion, arrancándonos á todos copiosas lágrimas. Entónces conocimos lo arraigado que se encuentra en el corazon del hombre el sentimiento que se llama amor á la patria, que le adhiere y hace pensar siempre en el punto donde nació y pasó su infancia. Pensativos y cabizbajos nos volvímos á Zeltheim. La desaparicion de la nave nos impresionó tanto como si acabásemos de presenciar la muerte de un antiguo y querido amigo.

El descanso de la noche disipó en parte las lúgubres impresiones de la víspera. Levantámonos al rayar el dia, y sin perder momento nos encaminámos á la playa: el mar estaba cubierto de los restos del buque, por do quiera se veian vigas y tablones rotos ó enteros, los cuales fuímos recogiendo. Las grandes calderas de cobre así como los cañones flotaban tambien con el auxilio de los toneles vacios que los sostenian. Todo se fué poco á poco acaparando. Las calderas nos sirvieron para guardar la pólvora, que así quedó más asegurada, vaciando en ellas con la precaucion indispensable cuanta contenian los barriles; eligióse sitio resguardado por las rocas para un arsenal de construccion, dispuesto en términos, que aunque acaeciese una desgracia no pudiera causarle el menor daño; se abrió