Página:El Robinson suizo (1864).pdf/139

Esta página ha sido corregida
121
CAPÍTULO XVIII.

admiradas al parecer de su gallardía y los recursos de que se valía para cautivar su atencion. Jamás habia visto ni leido descripcion alguna de escena semejante: cacareos modulados, movimientos de alas, y giros de cabeza, todo lo ensayaba de mil maneras el singular actor para agradar á sus oyentes; tan pronto agitaba las bellas plumas de su cuello con tanta violencia cual si augurase tempestad, como se quedaba en majestuosa quietud, dejando oir su canto agudo, y tornando á reproducir su pantomima, sin más objeto que atraer las hembras del contorno que iban acudiendo en tropel, hasta que impaciente Federico apuntando al pájaro coqueton en medio de su triunfo, y dejándole muerto en el acto, puso fin á la comedia, con que todas las gallinas huyeron despavoridas.

Reprendí á mi hijo tan inconsiderado ardor por la caza, diciéndole con aspereza:

—¿A que viene ese prurito de destruir siempre y sin utilidad? Nos es permitida la caza, especialmente contra los animales dañinos, y para procurarnos alimento; pero matar por matar, hé aquí lo que no concibo ni puedo perdonar.

Federico se sonrió al oirme, si bien conoció la fuerza de mi reconvencion; sin embargo, como el mal era irremediable y el hecho estaba consumado, creí deber sacar el mejor partido posible, y le permití que recogiese su caza.

—En efecto, dijo el niño al traerla, es un soberbio gallo que hubiera hecho un gran papel en el corral, á no se por mi inconsiderada viveza.

—Y tan verdad como es, respondí; pero todavía se puede remediar esa pérdida. Cuando alguna de las gallinas esté clueca, traerémos aquí al mono: su instinto le guiará sin duda hácia algun nido de estas aves. Recogerémos los huevos y los confiarémos á las gallinas de casa para que los empollen, y así introducirémos en el gallinero otra especie de volátiles.

Se colocó el gallo encima del asno, y continuámos la ruta. Llegados al Bosque de los calabaceros, encontrámos el trineo tal como lo dejámos; y sin ocuparnos de él entónces, como aun quedaba bastante tiempo, resolví trasponer la montaña á fin de reconocer la parte de territorio que todavía no habíamos visitado. A la otra parte de aquella masa de rocas encontrámosnos en una frondosa vega, cuya vegetacion se asemejaba á la del otro lado de la montaña. ¡Por do quiera árboles gigantescos y yerbas de una altura prodigiosa! Caminábamos con precaucion ojeando á derecha é izquierda, ya para que nada pasase desapercibido, ya para estar prevenidos contra cualquier peligro. Turco iba siempre de avanzada, el asno seguia con paso grave y detrás nosotros con el arma sobre el hombro. De vez en cuando teníamos que salvar arroyuelos procedentes de la montaña que fecundaban el terreno, del cual brotaban planteles de yuca ó patatas. Manadas de agutis pacian tranquilamente, sin que les asombrase ni ahuyentase nuestra presencia. Adelantando algo más, en un pequeño monte bajo cuyos arbustos en su mayor parte me eran desconocidos, descubrí uno que llamó particularmente mi atencion. Sus ramas estaban sobrecargadas de bayas