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CAPÍTULO XVIII.


Nueva excursion.—Gallo silvestre.—El árbol de la cera.—Colonia de aves.—El cauchú.—El sagotal.


Con facilidad se comprenderá que mi primera diligencia al siguiente dia fue ir en busca del trineo; mas como al mismo tiempo tenia deseos de hacer una excursion al otro lado de la montaña por la curiosidad de saber hasta donde se extendian los límites de nuestro imperio, y si era verdadera isla ó cabo de algun continente el punto donde nos encontrábamos, llevé conmigo á Federico, el jumento y el perro, y bien armados y con un morral de comestibles á cuestas, partímos de Falkenhorst despues del desayuno, no sin cierta repugnancia de mi esposa, que se afligia siempre que alguno de nosotros se alejaba.

Al cruzar por un bosque de encinas, cuyas bellotas eran dulces, encontrámos á la marrana regalándose á su placer con tan sabroso cebo, y al aproximarnos se vino á nosotros demostrando á su manera la satisfaccion que tenia en vernos, reconocida sin duda del favor que la habia hecho la víspera librándola de los perros. Más adelante encontrámos muchos pájaros á cual más hermosos: Federico mató algunos, entre los que reconocí al grajo azul de Virginia, papagayos de dos especies, un guacamayo colorado, y una cotorra verde y encarnada. Miéntras que los examinábamos, oímos á poca distancia un ruido extraño parecido al de un tambor destemplado, junto con el de la lima al aguzar una sierra. La primera idea que nos ocurrió fue si aquello serian ecos de música guerrera de alguna horda de salvajes, lo cual por prudencia nos impulsó á emboscarnos en la espesura. Apénas nos habíamos internado, cuando, separando algo el ramaje que nos impedia la vista, descubrímos la causa de ruido; y juzgad de nuestro asombro al ver, en vez de los salvajes que temíamos, un gallo silvestre encaramado sobre el tronco de un árbol medio seco, ocupado en servir como de espectáculo á cosa de veinte gallinas de su misma especie que habian acudido á su reclamo,