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CAPÍTULO XVII.

na los niños descargaron el asno, y dieron su lugar correspondiente á la avutarda al lado del flamenco. Mi esposa se puso á aderezar la cena, que no tardó en estar lista. La carne del reptil pareció á todos deliciosa; no sucedió lo mismo con el cangrejo de Santiago, que estaba correoso y de mal sabor, y hubo que dárselo á los perros. Hice en seguida la ronda de costumbre; se dió de comer á los animales, y despues de calentarnos al rededor de una buena lumbre, subímos al nido á disfrutar el reposo de que tanto necesitábamos.