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EL ROBINSON SUIZO.

unos cinco piés de largo, y estaba dormido sobre una roca. Al ver el mónstruo Federico iba ya á dispararle, cuando le detuve, haciéndole observar que la bala resbalaria por la escama del reptil sin herirle, exponiéndose sin fruto á que irritado pudiera hacerse temible:

—Déjame hacer, añadí; voy á ensayar un medio muy sencillo y sin exposicion para apoderarme de él.

Corté una rama bastante recia y otra delgada; até á la primera un bramante con un nudo corredizo á la extremidad, la cual empuñé con la mano derecha, miéntras que en la izquierda por toda arma llevaba la varita; fuíme aproximando despacio y callandito, y cuando estuve cerca del reptil, empecé á silbar á compas; primero débilmente, luego con más fuerza, hasta que se despertó el animal: abrió los ojos, y escuchó al parecer con embeleso creciente estos sonidos acordes, que le produjeron una especie de letargo, durante el cual, sin moverse lo más mínimo, le eché el nudo al cuello, y continuando el silbido para que conservase el sopor, dí al cordel una leve sacudida que lo hizo caer de la roca, púsele el pié encima, y ayudado por los niños lo sujeté. Federico quiso entónces dispararle un tiro en la boca, porque, ya despierto el reptil, intentaba defenderse; pero deseando llevar hasta el extremo mi designio, dije á Federico que retirase el arma; y miéntras que la iguana, víctima de su aficion á la música, volvia hácia mi la cabeza, introdújele por la nariz la varita que llevaba, de donde empezó á salir tanta sangre, que á poco murió sin estremecimiento alguno.

Asombrados mis hijos del resultado preguntáronme si yo era el inventor de este medio de fascinar y adormecer las serpientes, á lo que les respondí que habia leido en varias obras de viajes aquel arte de matar la iguana, como muy usado en América; pero que nuca creí me saliera tan bien. Se trató luego de llevarnos el animal, y me lo eché al hombro con la cabeza por delante, miéntras los niños sostenian la cola detras, y así llegámos donde quedaran los bagajes, en cuyo lugar encontré á mi esposa inquieta por nuestra dilatada ausencia. La relacion de nuestra caza y la vista del monstruoso reptil la interesaron poco; mas el modo singular de capturarlo alimentó la conversacion por algun tiempo.

En esto se iba el sol poniendo, y se pensó en tocar retirada á Falkenhorst, ántes que la noche nos sorprendiese en el camino. Como el trineo tenia ya demasiada carga, y el asno no podia tirar de él sino muy despacio por lo desigual y escabroso del terreno, resolvímos dejar el vehículo, y cargar el asno con la iguana, el cangrejo y un saco de guayabas. En cuanto á la avutarda, como se la habia curado el ala lo mejor posible, con un cordel atado á la pata y con el aliciente de algunas migajas de pan de yuca, que mi mujer la daba de vez en cuando, consintió en seguirnos andando.

El camino nos pareció más corto á la vuelta, y aun no se habia ocultado el sol cuando llegámos á Falkenhorst. Miéntras que yo abria y preparaba la igua-