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CAPÍTULO XVII.

dillas, ántes por el contrario echaba á perder cuantas calabazas cogian sus manos, á pesar de mis instrucciones, que ya habian amaestrado á sus hermanos, con mi permiso salió á dar una vuelta por el bosque á ver si encontraba agua. De repente le ví acudir azorado y gritando:

—¡Papá! ¡papá! un jabalí, ¡un jabalí enorme!

Al oir semejante anuncio Federico tomó su carabina, yo le imité, y corrímos hácia el punto que nos indicara Ernesto, precediéndonos los perros. Los aullidos de estos, mezclados con un sordo gruñido de diferente especie, nos hicieron creer que se habia trabado la pelea, y ya me regocijaba con la importancia de la presa que nos iban á proporcionar, cuando sorprendido ví efectivamente á los alanos traer por las orejas á un animal de cerda, no al supuesto jabalí, sino á nuestra marrana, cuyo genio indócil y montaraz nos obligara á dejarla en el bosque para vivir á su antojo. Este incidente dió lugar á muchas bromas; Federico sintió el chasco y verse privado de la gloria de matar una fiera como se habia figurado. Ahuyenté á los perros, y libré al animal de lo que le sujetaba, poniéndose á comer ansioso una especie de fruto que abundaba sobre la yerba que allí crecia. Recogí uno, parecido á una manzana pequeña semejante al níspero en el buen olor y lo grato al paladar; y á pesar de la predileccion de la marrana por esta fruta, no me determiné á catarla hasta analizarla. Recogímos buena cantidad de la que estaba caida por el suelo, y una rama del árbol que la producia; y cuando observé al mono que la devoraba sin reparo, entónces se me quitó la aprension y la guardámos para postre, pareciéndonos muy sabrosa y delicada.

—Entre unas y otras, papá, dijo Federico, el dia se va pasando, y todavía no hemos hallado ninguna caza importante; y así me parece que convendria que mamá nos aguardase aquí con los pequeños, miéntras nos adelantábamos algun tanto.

Aprobé la idea; Santiago únicamente quiso acompañarnos; Ernesto se quedó con su madre, quien nos encargó no nos alejáramos mucho, y sobretodo que diésemos pronto la vuelta.

Nos internámos en el bosque, y Santiago, que iba delante, se detuvo de pronto exclamando con acento del más vivo terror:

—¡Papá! ¡un cocodrilo! ¡he visto un cocodrilo!

—¿Estás en tu juicio? le respondí, ¡cocodrilos en un sitio donde no se encuentra una gota de agua!

—Pues lo estoy viendo, continuó el pobre chico con los ojos fijos en un punto. ¡Allí está sobre una piedra, tendido al sol! Sin duda duerme, porque no hace el menor movimiento. Toda la fachada es de cocodrilo, y sino...

Nos aproximámos con precaucion al punto donde señalaba mi hijo con el dedo, y al punto reconocí en el reptil que efectivamente estaba como aletargado al grandísimo lagarto verde que los naturalistas llaman iguanas; animal de todo punto inofensivo, y cuya carne y huevos son un manjar exquisito. Tendria