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CAPÍTULO XVII.

—Esto es cosa de brujería, dijo Santiago; se parece á aquellos cuentos de hadas, donde, no bien se deseaba alguna cosa, ya la tenia uno delante, sin que se viese quien la traia.

No bien acabó la última palabra, cuando otro coco le rozó la cara, y otros siguieron cayendo, sin poder nadie atinar el enigma y causa del desprendimiento de este fruto, que estando más bien verde que maduro, no podia caer por sí mismo.

—Vamos, ya no queda duda, dije sonriéndome á los niños; en ese árbol hay un mágico oculto que se está divirtiendo con nosotros.

Federico, que se refugiara bajo del árbol para librarse de los proyectiles, exclama de repente:

—Ya está descubierto el mágico, y por cierto que es bien feo; venga V., papá, y le verá; tiene la cabeza larga, redonda, tan grande como mi sombrero, y unas garras que dan miedo; ya va bajando por el tronco.

Al oir esto Franz se agarró á la falda de su madre; Ernesto, que no las tenia todas consigo, miraba á todos lados con cierta inquietud. Santiago, el mas valiente de todos, cogió la carabina por el cañon á guisa de maza, y todos llenos de curiosidad aguardámos la aparicion del mónstruo que nos anunciaba Federico. El tal, por cierto bien asqueroso, era un enorme cangrejo que empezó á andar sin asustarle al parecer nuestra presencia. Santiago le asestó al pasar un culatazo, pero no le dió, y la bestia, sin hacer caso del ataque, desplegando sus formidables garras, se fué derecho á su agresor, que espantado echó á correr chillando á más no poder. Burlándose sus hermanos de tan intempestivo miedo, se resintió el amor propio del chico, y volvió con nuevos brios. Queriendo suplir esta vez la astucia á la fuerza, se quitó la chaqueta, é hizo frente al enemigo; y cuando este estuvo cerca, se la tiró cubriéndole casi del todo. Conociendo que no corria peligro le dejé obrar; pero eran tan limitados los recursos del pobre Santiago para contrarestar los de su adversario, y como ya veia el momento en que el animal se iba á retirar tranquilamente llevándose por botin el vestido de mi guerrero, acerquéme para dar fin á la escena, aplicándole un hachazo que le dejó muerto en el acto.

—¡Qué bestia tan repugnante y horrible! exclamó Santiago recobrando la chaqueta. ¿Qué clase de mónstruo es este, papá?

—Es lo que se llama un cangrejo de tierra, y mónstruo ó no, le debemos los únicos cocos que se han podido coger. A pesar de sus fuertes garras y tenazas, este animal no puede partir el fruto que tanto codicia, y así lo corta á medio sazonar para comérselo despues tranquilamente, y con la esperanza además de que cayendo de tan alto se abra el coco y pueda más á su placer regalarse.

La fealdad del animal y el terror y luego la valentía de Santiago nos entretuvieron buen rato; colocámos al difunto mágico y los cocos en el trineo, y siguió la caminata; pero el bosque se espesó cada vez más, siendo preciso emplear el