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INTRODUCCION.

tido y justo valor, á saber, sin relacion alguna con las extravagantes utopías y pretensiones de los impíos y soberbios sofistas que, no obstante sus continuos desengaños y la confusion de la lengua en que exponen sus principios y doctrinas, todavía insisten en construir una Babel para escalar el cielo. El Robinson suizo pide á la naturaleza cuantos recursos ofrece al hombre, y ella nada le niega, porque para él crió Dios el mundo; con laboriosa paciencia ó hábil inventiva alcanza lo necesario, y lo que realmente no lo es, ¿para qué ha de conseguirlo?

Cierto que la supuesta isla del Robinson suizo no tiene rival en punto á fertilidad; pero esa riqueza se encuentra á fuerza de inteligencia é investigaciones, y aun, digámoslo así, por la de las mismas necesidades, que aguzando el ingenio nos dan á conocer y apreciar lo que en otro caso pasaria desapercibido. ¿Quién no ha hollado mil veces con indiferencia la ortiga ó el helecho, tenidos por inútiles y hasta perjudiciales, sin ocurrírsele que contienen un alimento agradable y sano, filamentos que compiten con el mejor lino, papel preferible al de trapo, pan sabroso y trasparente cristal? ¡Con razon debemos tacharnos de indolentes é ingratos! El Robinson suizo aprovecha estos beneficios de Dios y por ellos le glorifica; estudia, aprende enseñando á sus alumnos, que es el mejor modo de aprender; cada descubrimiento origina un ensayo, cada ensayo engendra un arte ú oficio; de cada día se saca un fruto especial, y todos los descubrimientos, ensayos, frutos, todos los felices resultados se recapitulan redundando en alabanza del Criador. ¡Cuán halagüeña sería la vida, y cómo contribuyera al bienestar de los que peregrinamos en este mundo transitorio y de prueba, si la animaran los buenos estudios, las tareas útiles y saludables, la dulce y tierna emulacion que todo lo encamina y eleva hasta el Señor! Preséntenme un método de instruccion primaria que valga tanto como este, y venga de donde viniere, ya tiene anticipado mi elogio; pero ni Locke, ni Rousseau, ni los filósofos, ni la Universidad me lo han presentado, ni confio que lo alcancen.

Poco me resta que decir; únicamente advertiré que si mi entusiasmo por la grande obra de Wyss no cuenta para algunos con más extensas observaciones que lo justifiquen, no es porque me falte materia ni deseo para escribirlas, sino porque juzgo excusada esa tarea para dejar al juicio y consideracion del lector algo de lo mucho que he omitido, toda vez que tiene abierto el libro y puede comenzar á leerlo.

Para cuando acabe, á su fallo me remito.

Cárlos Nodier, 
de la Academia francesa.