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CAPÍTULO XVI.

ella. Más tarde ocurrióme la idea de causarte una agradable sorpresa, por cuyo motivo el secreto que Franz y yo hemos tan bien guardado no tiene gran mérito, pues presumiendo ya de tu parte algun misterio por las continuadas idas y venidas al buque, y el silencio que guardabas sobre tus ocupaciones, siempre me imaginé alguna sorpresa de tu parte; y por si salia cierta, no he querido quedarme en zaga proporcionándote otra; y te la he dado, ¿no es cierto?

—Y tan cierto, la respondí abrazándola, así como á Franz, cuyos ojos brillaban de alegría al oir á su madre las explicaciones que acabo de referir.

Visto y revisto todo, y elogiado nuevamente, volvímos hácia donde estaba la embarcacion. Por el camino mi esposa, preocupada con la horticultura, me recordó los piés de árboles frutales de Europa que, encajonados hacia más de ochos dias, estaban en Falkenhorst.

—Mira, me dijo, he abierto el cajon cubriendo los piés con tierra provisionalmente, y los riego todos los dias para que se mantengan frescos; pero no basta, pues es preciso trasplantarlos cuanto ántes en sitio conveniente, si no quieres que esa riqueza inmensa se pierda.

La prometí formalmente ocuparme de eso desde el dia siguiente y establecer un criadero junto á la huerta.

Descargada que fue la pinaza, la dejámos anclada y bien sujeta al punto que nos servia de muelle. La mayor parte de los efectos que contenia, trasladados por la rastra y las carretillas, quedaron interinamente depositados en la tienda, y los demas preparados para llevárnoslos á Falkenhorst, á donde mi mujer habia ido sola varias veces en todo ese tiempo para cuidar de los animales, que ya comenzaban á resentirse de nuestra prolongada ausencia.

No habiendo más que hacer emprendímos el regreso á nuestra umbrosa residencia, que anhelábamos volver á ver cuanto ántes, mi esposa por librarse del sol abrasador de la playa de Zeltheim, y los demas por descansar de tan continuas fatigas.