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CAPÍTULO XVI.

á la vez el oficio de hacha y de bala rasa; tablas, vigas, maderas, costillas, todo quedó roto y destrozado, y la pinaza se encontraba á pocos piés del nivel de las aguas. Fácil nos fue despejar los alrededores de la quilla, y como habia tenido la precaucion de colocar esta sobre rodillos ántes de la construccion para poderla botar al agua, como anteriormente habíamos hecho con la balsa, por medio de las palancas y adelantando siempre los rodillos fuímos poco á poco deslizando el casco de la ligera embarcacion desprovista de todo aparejo; á cada uno de sus costados se ató un cable para sujetarla é impedir que al caer se alejase del buque, y pronto nuestros esfuerzos aunados la pusieron en movimiento y la botámos al mar con toda felicidad, donde comenzó á balancearse muellemente.

Era ya demasiado tarde para adelantar algo más; contentéme únicamente con amarrar bien nuestra conquista, y asegurada de la impetuosidad de las olas, dimos la vuelta para no prolongar la inquietud de mi esposa, quedando todos convenidos en que nada se la diria de la dichosa aventura, á fin de que gozase de lleno el placer de la sorpresa cuando llegase el caso de vernos arribar á Zeltheim surcando las ondas en el buquecillo. En efecto, á sus reiteradas preguntas únicamente se le respondió que por feliz descuido habia quedado algo de fuego en el buque, y habiendo saltado la chispa á un barril de pólvora, fue causa de la explosion; pero que afortunadamente no habia causado otro daño que abrir un boquete más, por el cual se facilitaria la descarga de lo que quedaba en la nave.

Al oir estas palabras, suspiró mi buena esposa, y creo que para sus adentros hubiera dado cualquier cosa por que el barril de pólvora hubiera causado la sumersion completa de un casco que nos obligaba á hacer tantos viajes, y que tantas zozobras la causaba.

En el aparejo de la pinaza empleámos aun varios dias; por último, cuando quedó lista con sus masteleros, velámen y jarcia, la cargámos con una multitud de cosas que jamas la almadía hubiera podido contener.

Dímonos por fin á la vela con viento favorable, y la linda embarcacion se deslizó por las ondas con la rapidez de un ave. Mis hijos estaban locos de alegría, y me suplicaron, como una gracia especial, les permitiese saludar á su madre al llegar á la costa con dos cañonazos. No creí deber rehusarles esta inocente satisfaccion, como justa y merecida recompensa de su laboriosidad, y sobretodo de su celo y discrecion. Federico, que fue capitan del bergantin, ayudó á sus hermanos á colocar las dos piezas con que estaba artillado, y cuando estuvímos cerca de la costa, Ernesto y Santiago, mecha en mano, atentos á la voz de su jefe, dieron fuego á sus respectivas piezas, y repitiendo á lo léjos el eco del peñasco la detonacion imponente, llamó la atencion de mi esposa y del pequeño Franz, que acudieron á la playa asustados con semejante aparicion; pero al oir las alegres voces con que los saludámos nos reconocieron, y mi esposa