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EL ROBINSON SUIZO.

Mi primer cuidado al llegar á la playa, fue alijar la almadía y la balsa, pues abrigaba la intencion de dirigirme hácia el buque en cuanto oyese la explosion. Estábamos en lo más fuerte de la faena, cuando oimos de repente un espantoso trueno; mi esposa y los niños se asustaron de tal modo que soltaron lo que tenian entre manos.

—¡Papá! ¿qué será esto? decian los pequeños.

—¿Será quizá señal de pedir socorro algun buque que esté en peligro? dijo Federico.

—No, respondió mi esposa, no me parece eso; ántes creo que el estampido ha venido de la parte del buque encallado. Es una explosion; quizá por descuido habréis dejado alguna chispa de fuego, la cual se habrá comunicado á algun barril de pólvora.....

—Quizá tengas razon, interrumpí; no sería malo averiguarlo en seguida. Vamos, ¿quién quiere ser de la partida?

La contestacion fue saltar los tres niños en la balsa, y después de haber prometido á la madre, que estaba inquieta, que volveríamos inmediatamente, partímos. Jamás se hizo la travesía en ménos tiempo: la curiosidad impulsaba los remeros, y yo mismo estaba impaciente por ver el resultado de la operacion. Al acercarnos al buque noté con alegría que de ninguno de sus costados salia llama ni humo, y que apénas habia variado de posicion. En vez de atracar al sitio de costumbre, le hice virar hácia la parte opuesta, y nos encontrámos delante de un grandísimo boquete abierto en el costado por la explosion del petardo, que dejaba ver la pinaza entera, aunque un poco ladeada. A la vista de esta destruccion, que dejó á mis hijos consternados y á mí trasportado de júbilo, exclamé con sorpresa suya:

—¡Victoria! ¡victoria! ¡la pinaza es nuestra, hijos mios! mi plan ha salido bien; ¡ya veréis con qué facilidad la vamos á poner á flote!

—¡Ah! ya caigo, dijo Federico. ¿Con que á V., papá, le deberémos poder sacar nuestro lindo bergantin? ¡Y qué bien!

—Ya os lo contaré despacio, respondí amarrando la balsa á una costilla del buque. Ahora registremos despacio la nave para ver si ha quedado algo encendido.

Atravesando por entre las tablas y costillas rotas, penetrámos en las cámaras que iluminaba la claridad del sol; registrámos hasta el más oscuro rincon y ví que por ninguna parte habia fuego; pero ¡cómo describir la alegría de los niños al contemplar la pinaza desembarazada completamente, y con esperanzas de verla pronto surcar las ondas! Todo eran exclamaciones de admiracion, subir, bajar, dar vueltas, y sobretodo, preguntas sobre preguntas.

Víme precisado á explicarles el procedimiento que habia empleado para obtener este resultado. En efecto, al descargarse el mortero chocando contra el costado del buque, su gran peso, así como las cadenas que le rodeaban, hicieron