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CAPÍTULO XVI.

A fuerza de trabajar, de colocar muescas, de clavar clavos y ajustar tornillos, la obra adelantaba, y la pinaza al fin quedó montada, como si hubiera salido del astillero. Su forma era graciosa, y con sólo verla se la podia juzgar por muy velera y de buen gobierno, construida por la plantilla de un bergantin. Habíamos tenido buen cuidado de calafatearla con esmero, rellenando todas las junturas y rendijas con estopa y pez derretida. Tenia alcázar de la popa, en el centro un mástil de quita y pon, y todo el aparejo de jarcias, entenas, trinquete y demas necesario al velámen. Por último, como complemento, sujetos con cadenas, colocámos á la proa dos pedreros con su correspondiente dotacion de municiones.

Hasta aquí todo iba bien; mas el lindo buquecillo, ya en estado de botarse al mar, permanecia inmóvil sobre su quilla; le mirábamos y remirábamos con el placer que un niño sus juguetes; pero ni remotamente se entreveia el medio de ponerle á flote. Las dificultades para abrir un anchuroso boquete, cual se necesitaba, al traves de las costillas y tablones que formaban el costado de la nave forrada de planchas de cobre, cada vez se me figuraban tan insuperables, que se hubiera reputado por locura el solo pensamiento de desafiarlas. Por otra parte, no podia resignarme, ni siquiera soportar la idea de haberme atareado tanto y por tan largo tiempo inútilmente, temiendo á cada paso que sobreviniese una tempestad ó un viento recio que en un instante confundiese en los abismos el buque y la pinaza. Al cabo la desesperacion me sugirió un medio tan atrevido como peligroso, en el que jugaba el todo por el todo, y sin revelarlo á los niños, á quienes deseaba evitar el sentimiento de un mal resultado si por casualidad acaecia, determiné ponerlo en ejecucion.

Registrando una vez por la cocina, reparé que habia un mortero grande de hierro, y calculé que podia servir á mi proyecto; rellenélo bien de pólvora cerrándolo luego herméticamente con un tapon de roble, que sujeté fuertemente á sus bordes y asas con ganchos y abrazaderas dejando un agujerito en el cual introduje una mecha de cañon tan larga, que segun mi cálculo se necesitasen dos horas para que, despues de encendida y consumirse, el fuego llegase á la extremidad metida en el agujerito; calafateé bien con pez la circunferencia de la tapa, y sujeté fuertemente el mortero con cadenas de hierro para mayor solidez, y obtuve así una especie de petardo, cuyo efecto, si bien podia corresponder á mis esperanzas, temia sus consecuencias.

Dispuesta de tal suerte esta máquina infernal, la coloqué, suspendida de las cadenas, en la parte de la bodega donde estaba la pinaza y junto al costado del buque que pensaba destrozar. Calculé la distancia del retroceso del mortero para que aquella no sufriese avería, y cuando todo estuvo listo y preparado á mi gusto, dí la señal de embarque á los niños, que, atareados en trasladar objetos á la almadía, nada habian visto de mi operacion; quedéme el último para dar fuego á la mecha, y encomendando á Dios el éxito de la empresa, me reuní con ellos en la balsa de tinas.