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EL ROBINSON SUIZO.

cia. En el presuntuoso atrevimiento propio de la poca edad, al verme los niños mohino y discursivo despues de conferenciar entre sí, dijeron:

—Papá, lo que no se empieza no se acaba; pues comencemos por despejar el espacio donde se encuentra el barco, derribando cuanto nos estorbe para trabajar; y puesto que sólo se trata de ajustar y poner cada pieza en su sitio con clavos ó tornillos, armemos la pinaza, y luego Dios dirá; quién sabe si entre tanto aguzadando el ingenio no encontremos medio de sacarla de aquí y botarla al agua.

En cualquiera otra circunstancia hubiera demostrado á mis hijos lo descabellado de este proyecto; pero en la desesperada situacion en que me hallaba, su sencillo lenguaje infundióme una vaga esperanza de acierto que me hizo acceder á sus instancias.

—Pues bien, les dije, ¡Dios sobre todo, y manos á la obra! En seguida el hacha, la sierra, las tenazas y la palanca hicieron su oficio, y tal fue el ardor, que á media tarde los tabiques del alrededor yacian derribados, con lo cual quedó espacio suficiente, alentándonos este primer ensayo á proseguir la empresa. Pero se hacia preciso pensar en la vuelta; nos reembarcámos con el firme propósito de volver al dia siguiente y cuantos más fueran necesarios hasta llevar á feliz término el proyecto.

Al desembarcar en la bahía nos estaban aguardando en la playa Franz y su madre, quien me manifestó que, para estar más cerca de nosotros, habia resuelto establecerse en Zeltheim, ínterin se repitiesen los viajes al buque, para estar á la mira y ahorrarnos camino.

No pude prescindir de agradecerla su previsora muestra de afecto y abnegacion, constándome lo bien que se encontraba bajo las umbrías copas de Falkenhorst; y así, en recompensa, ostentámos en su presencia las provisiones y demas efectos recogidos en esta correría, que consistian en dos barriles de manteca salada, tres de harina, algunos costales de trigo, arroz, judías, y varios utensilios indispensables que pasaron al almacen, y que alegraron sobremanera á nuestra ama de gobierno.

Una semana entera se pasó de esta suerte ántes que se terminase nuestra tarea. Todas las mañanas temprano nos dirigíamos al buque, regresando puntualmente al ponerse el sol. Mi esposa, á quien no veíamos hasta la noche, se fué poco á poco acostumbrando á estas excursiones que tanto la repugnaban al principio, y auxiliada de Franz, proveia á todas nuestras necesidades, yendo de cuando en cuando á Falkenhorst á buscar patatas y demas que fuesen menester, y siempre á la vuelta la encontrábamos sentada en un altillo para divisarnos más pronto.

Por la noche contábamos siempre con una buena cena, animada con la relacion de lo sucedido durante el dia, y la alegría de vernos reunidos recompensaba nuestras fatigas.