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EL ROBINSON SUIZO.

á ponerse tan anchos cuan largos ántes eran. Los cuelgan despues de las ramas de los árboles, suspendiéndoles por bajo grandes piedras, y el peso natural les hace insensiblemente recobrar su primer forma. Si bien es algo lento el sistema, los resultados son los mismos.

Mi esposa quiso saber si el jugo que estaba viendo correr podria tener alguna aplicacion.

—La tiene efectivamente, la respondí, dejándolo reposar en vasijas, se obtiene un almidon muy fino.

Cuando conceptué suficiente la presion porque los sacos ya no despedian más zumo, saquélos de debajo de la viga, y abriéndolos cogí un puñado de su contenido, todavía húmedo, semejante á la harina de maíz.

—¿Veis cómo ya tenemos harina? dije á los niños, gozoso por ver el resultado de la operacion. Ahora extendedla toda sobre un paño limpio para que se enjugue bien al sol, y cuando llegue á estar completamente seca, harémo con ella pan, que si bien no tendrá el sabor ni la forma del de trigo, obtendrémos unas tortas que tendrán su mérito especial; ahora me voy á ocupar del horno.

Con antelacion habia dispuesto se encendiesen varias hogueras en diferentes puntos; cuando ya no quedó sino el rescoldo, puse encima las planchas de hierro colado procedentes del buque, y cuando estuvieron bien caldeadas, se extendió sobre el cazabe (este es el nombre que se da á la harina de yuca) para completar su desecacion, y resultaron tortas compactas y cocidas que volvímos de uno y otro lado para que el calor las penetrase por igual.

Mi esposa y los niños quedaron asombrados; todos á porfía querian probar cuanto ántes las informes tortas que mostraban su corteza doradita y de aspecto seductor. Contuve su impaciencia manifestándoles que aquello no era aun en cierto modo mas que la harina, y que se requeria otra preparacion para convertirla en verdadero pan.

—Además, añadí, como de tres especies de yuca que se conocen, una es más venenosa que las otras, y cuya especial preparacion no sé de fijo, bueno será para evitar desgracias que la prueben ántes el mono y las gallinas, y así no corremos peligro que nos envenene ó nos haga daño.

—En resumidas cuentas, exclamó Santiago, mi pobre mono pagará por todos. ¡No es una lástima envenenarle!

—¡No será una crueldad, añadió mi esposa, si mueren las gallinas!

—No hay que asustarse, respondí, el mono, las gallinas y todos los animales se hallan dotados de un instinto de que carece el hombre, y si queda algun veneno en esta yuca, se guardarán muy bien de tocar, cuanto más comer, la que les presentemos.

Viendo ya á todos más tranquilos, desmigajé un poco de cazabe y lo eché á dos gallinas y á maese Knips; este se lo comió despacio, aquellas en un instan-