—Asombrada estaba, exclamó mi esposa, que el parlanchin no hiciese de las suyas; en efecto, tenemos sembrado algo de eso en los hoyos de las patatas que se han arrancado, con lo cual deseaba causarte una sorpresa á su tiempo.
Dila gracias por su continuo afan en complacerme y contribuir al bien comun, asegurándola que me cabia entónces igual satisfaccion que la que me hubiese proporcionado más tarde.
Cenámos en seguida, y hablé de lo que todavía quedaba en el buque, inclusa la pinaza que sentia abandonar. Poco la lisonjeó esta nueva que la anunciaba futuros y más frecuentes viajes á la nave, que cada vez más la repugnaban; sin embargo, convino conmigo que si al fin pudiésemos contar con otro barco sólido y bueno como el que yo la describia para que reemplazase á la miserable almadía de tinas, la ahorraria no pocas inquietudes.
Como la noche se venía encima, se fuéron disponiendo los preparativos para recogerse; pero ántes de hacerlo, dije á los niños.
—Mañana es dia de madrugar mucho, porque quiero enseñaros un oficio nuevo.
—¿Y cuál, papá? ¿qué oficio? exclamaron todos á un tiempo.
—Mañana lo sabréis; ahora, á acostarse.
La noche se pasó tranquila, y al primer albor del dia la curiosidad ya tenia en pié á los chicos, incluso Ernesto, cuya pereza era ya proverbial entre nosotros. En seguida acudieron á mí:
—¿Y el oficio, papá? ¿cuándo empezamos?
—Pronto; lo vais á ver en cuanto bajemos.
En ménos que se dice ya estábamos todos al pié del árbol, y entónces dije á los niños que seguian importunándome:
—Señoritos, el nuevo oficio que vais á aprender es el de panadero.
Al oirme se quedaron estupefactos.
—¿Panadero has dicho? exclamó asombrada mi esposa, que ignoraba mis proyectos. ¡Ah pobre hombre! y ¿á dónde está el horno para cocer el pan, el molino para sacar la harina, y sobre todo la harina?
—Todo irá pareciendo poco á poco, la repondí; por de pronto arréglame dos medios sacos de lona; lo demás corre de mi cuenta.
Se puso al momento á hacerlo; pero ántes de comenzar la costura, la ví arrimar al fuego una olla llena de patatas, lo que me dió á conocer que no tenia la mayor fe en mis promesas. Interin se hacian los sacos, mandé traer las raíces de yuca bien lavadas y enjutas. Tendí en el suelo un gran paño, y entregando á cada uno de los niños un rallador, que tambien habian lavado, y un manojito de raíces, les dí el ejemplo; en seguida todos se pusieron á raspar las raíces apoyando el rallador sobre el paño, y á los pocos instantes tenian todos delante una especie de fécula que más que otra cosa parecia serrin blanco y húmedo.
Miéntras así estaban atareados con el ardor propio de la infancia por todo lo nuevo, decian riéndose: