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EL ROBINSON SUIZO.

mento, de la imposibilidad absoluta de llevar á cabo esta empresa y utilizar el descubrimiento de mi hijo, y así dejé de pensar en ella para dedicarme al cargamento que estaba preparado, el cual se componia de utensilios propios para el ajuar de casa, tales como una gran caldera de cobre, sartenes y cacerolas, varias planchas de hierro colado, y dos ralladores de tabaco. A esto se añadió un barril de pólvora, otro con piedras de chispa, la carretilla de mano que encontró Santiago, y otras dos que parecieron despues, todas con sus correas para llevarlas, y alguna otra cosa de escasa importancia. Dueños de esta nueva riqueza, y sin detenernos siquier á tomar un bocado, nos hicímos á la vela para evitar el viento de tierra que se levantaba por las tardes, que hubiera retardado el regreso.

Miéntras que tranquilamente nos íbamos acercando á la playa, quedámos de repente asombrados al divisar á la orilla del agua, formados como en batalla, unos que parecian seres humanos muy pequeñitos, vestidos de blanco y negro, que inmóviles en su puesto alzaban y bajaban los brazos con cierto abandono, como si fuesen señas con las que nos demostrasen su afecto y el deseo de abrazarnos.

—¿Si estarémos, dije riéndome, en la tierra de los pigmeos, que al fin nos hayan descubierto, y nos salgan al encuentro á darnos su bienvenida?

—No, papá, respondió Santiago, serán lilliputienses, si bien me parecen más grandes que los que cita Gulliver en sus viajes.

—Qué viajes ni que calabaza, si todo eso es un cuento, dijo Federico con tono burlon.

—Pues serán pigmeos, como dice papá.

—Ni una cosa ni otra es cierta, respondí, todas las relaciones que se cuentan de pueblos excesivamente pequeños no son más, ni habrán tenido otro orígen, que invenciones de antiguos navegantes, que probablemente vieron por primera vez los monos, á quienes, quizá de buena fe, unos tomaron por hombres, y gratuitamente otros trataron de hacerles pasar por tales á fin de referir algo de maravilloso.

—Pues eso es lo que va á suceder con nuestros pigmeos de ahora, papá, dijo Federico, porque ya comienzo á distinguir que son pájaros, y que los tales brazos que suben y bajan son alas, aunque un poco cortas.

—Y tienes razon, hijo mio, los decantados lilliputienses se han trasformado en una bandada de pinquinos llamados mancos ó pájaros bobos por otro nombre. El pinquino es gran nadador, pero incapaz de volar, y estando en tierra no tiene ningun medio de defensa.

Con esta conversacion fuí dirigiendo la balsa hácia la orilla, pero despacio y sin hacer ruido para no asustar aquellas aves. Todavía faltaban algunas varas para llegar á tierra, cuando impaciente Santiago, sin encomendarse á Dios ni al diablo, salta del barco, y con el agua hasta la rodilla corre hacia donde