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INTRODUCCION.

el destino que le abruma, no nace de afectuosos sentimientos, sino únicamente de la idea retrospectiva que nos induce á pensar en nosotros mismos, y en el universal instinto de compasion ó egoismo que nos hace imaginar las desgracias que en semejante caso acontecernos pudieran. Y para comprender hasta qué punto nos interesa Robinson, aparte la desesperada posicion en que le coloca el novelista, basta notar la indiferencia con que le consideramos desde que abandona la isla, y el ningun deseo de averiguar su vida futura; lo cual dimana de que la obra de Foë no ofrece mas que una situacion, una existencia que realmente conmueva, una accion preñada de inquietudes y temores que tiene en continua zozobra la curiosidad del lector; y si bien entraña una moral dulce y pura que robustece el ánimo, lo cual no basta aunque mucho sea, carece en cambio de cuidados tiernos, solicitud mútua, pesares y alegrías de que participen otros; carece en fin de padre, de madre, de familia.

El Robinson inglés es invencion de un privilegiado ingenio, y con ser obra maestra, deja yerto el corazon, porque la solitaria unidad del interes se funda tan sólo en un hecho excepcional, porque el infortunio de Robinson asombra y aflige sin enternecer, porque este hombre con su indomable valor y claro entendimiento, analizado á fondo no es sino una individualidad rara y chocante, desnuda de todo lazo y obligacion, de las más caras afecciones de la vida comun. Robinson es admirable por su genio resuelto, por su incansable actividad, por su ingeniosa industria, y justo es que le admiremos; pero una novela que sólo admire ó asombre nunca será el espejo del alma, el libro del corazon. Nuestra organizacion reclama algo más que la conservacion y defensa de la existencia perecedera; el instinto moral es más precioso todavía, pues revela al hombre su destino, le inclina á buscar y amar al hombre, á ampararle, defenderle y servirle. Levántase en nuestro seno una voz íntima y profunda que nos dice con Terencio:

Hombre soy, nada humano me es indiferente.

Al expresarme de tal modo no intento, y líbreme Dios de imaginarlo, empañar siquiera el justo y bien merecido renombre del autor del Robinson inglés; concrétome sí á señalar el inevitable inconveniente hijo de la misma accion, y un vicio inherente á la forma que le plugo dar á su obra, de suyo acabada y perfecta.

Léjos de arrogarse el señor Wyss el mérito de la invencion, prohija el pensamiento ajeno presentándose como imitador y copista de un primoroso modelo; pero imitar del modo que lo hace el señor Wyss es más que inventar, es dar vida al bosquejo del artista, es animar la estatua de Pigmaleon. Sin que el Robinson inglés deje de ser un gran libro, el Robinson suizo tal vez descuelle en lugar preeminente sobre todas las obras de imaginacion destinadas á la enseñanza de la niñez y hasta la edad adulta. Entre cuanto se ha escrito de este género, difícilmente se encontraria un libro más á propósito, que inspire tierna