Página:El Robinson suizo (1864).pdf/108

Esta página ha sido corregida
95
CAPÍTULO XIV.

lló medio enterrado en la arena un barril bien cerrado, que rodando con la ayuda de Ernesto, pudo trasladar al pié de nuestra morada aérea y guardarle en sitio fresco. Madre é hijo guardaron el secreto para darme el placer de la sorpresa.

El precioso néctar reanimó de tal manera nuestras fuerzas, que ántes de acostarnos pensé en trasladar á la habitacion los colchones de viento que se habian traido; se izaron por medio de la polea, y mi esposa, que subió la primera escala, los colocó sobre las hamacas. Dímos gracias á Dios por los beneficios de este dia, y acostados en blandos lechos pronto nos cerró los ojos un sueño reparador y benéfico.