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EL ROBINSON SUIZO.

rastrando la balsa por medio de la cuerda, á que aquel estaba fijado. Temiendo algun peligro, acudí á la popa con ánimo de cortar la cuerda de un hachazo, y dejar á la tortuga que se fuése; pero Federico me suplicó no lo hiciera, asegurándome que no corríamos riesgo alguno, y que si llegase á haber el más mínimo, él la cortaria. Aunque con repugnancia consentí en darle gusto, pues veia nuestra embarcacion arrastrada velozmente por el animal, á quien el dolor de la herida prestaba nuevas fuerzas; pero como nos llevaba hácia la costa, lo cual era una ventaja, cuidé únicamente, por medio del timon, de conservar derecha y no se ladease la balsa, á fin de que una vuelta repentina no la volcara.

Pocos minutos habrian transcurrido cuando la conductora que nos remolcaba cambió de direccion, como para engolfarse en alta mar, lo cual no nos tenia cuenta; y como el viento soplaba hácia la tierra tendí la vela, y á su vez arrastrada la tortuga por la balsa no pudo resistir su impulso, y tomó de nuevo el rumbo hácia la playa. Atravesámos entónces la corriente, y bogando un poco á la izquierda fuímos á abordar en sitio donde afortunadamente no habia escollo alguno. Cansada la tortuga de nadar, se paró junto á la costa. Arrojéme al agua, y con el hacha que llevaba terminé de un golpe la angustia de la pobre bestia, que tan milagrosamente nos habia conducido á buen puerto. Corté en seguida la cuerda, y quedámos dueños absolutos del animal que tan buen servicio nos prestara.

Loco de alegría Federico, anunció nuestra llegada con un arcabuzazo al aire en señal de triunfo para avisarlo á nuestra gente. Todos acudieron en seguida, sorprendidos y asombrados al vernos desembarcar en aquel punto con tantas riquezas, y más aun por la gran tortuga que no cesaban de contemplar.

Cuando todos se enteraron del modo singular con que se habia efectuado el viaje, la admiracion creció de punto dando lugar á un sin número de preguntas, que Federico se encargó de satisfacer.

Despues de haber recibido las felicitaciones de la familia, encargué á mi mujer y á los niños que sin perder momento fuésen á buscar el trineo para trasladar cuanto ántes una parte de la carga. Se llevó consigo los dos pequeños mi esposa, con intencion de uncir ella misma el asno y la vaca; y como la marea menguaba, aguardé á que dejara en seco las balsas, para amarrarlas sólidamente á la orilla por medio de unos cables sujetos á dos pesados lingotes de plomo, que á costa de grandísimos esfuerzos logré desembarcar de la almadía. Esta amarra me pareció por el momento suficiente para impedir que cualquiera alteracion del mar ó fuerte marea se tragara de un golpe tesoros con tanto afan adquiridos.

En cuanto llegó el trineo, se cargó primeramente en él la gran tortuga, que no pesaba ménos de trescientas libras, y luego algunos otros objetos de poco peso, como colchones, cajas pequeñas, etc., acompañando todos alegremente este primer convoy hasta Falkenhorst. Durante esta corta travesía, los niños no ce-