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CAPÍTULO XIV.

las y estériles riquezas que para nada nos servian. Lo que encontrámos más precioso para nosotros, y que más me regocijó, fue una gran caja llena de arbolitos frutales de Europa esmeradamente envueltos en paja y musgo. No pude ménos de enternecerme al ver los manzanos, perales, castaños, etc., tiernos vástagos y producciones de mi amada patria, que con el favor de Dios esperaba aclimatar para que nos acompañasen en esta tierra extraña. Todo pasó á la balsa, así como algunas barras de hierro, plomo en galápagos, piedras de afilar, ruedas de carro, rejas de arado, palas y otros instrumentos de labor, y sobretodo, sacos de avena, algarroba, lentejas, cebada, trigo y otras semillas. Encontrámos tambien un pequeño molino desmontado, pero que podia muy bien armarse, pues sus piezas estaban exactamente numeradas. ¡Qué eleccion cabia entre todos estos tesoros! Dejarlos en el buque era exponerse á que desapareciesen al primer golpe de mar; cargar con todo, imposible, y así nos decidimos á abandonar todos los objetos de lujo, completando el cargamento con cuantas armas y municiones encontrámos. Unicamente añadi por remate una gran red nueva de pescar, la brújula del buque con su caja, y un soberbio cronómetro que serviria para arreglar los relojes. Federico halló tambien en un rincon un arpon con sus correderas y cuerdas correspondientes para la pesca de la ballena. Federico me pidió que le diese el arpon y una de las correderas para fijarla en la balsa de tinas, por si llegaba el caso, decia, de tener que arponear algun tiburon que se presentase. Aunque semejante encuentro no podia esperarse tan cerca de las costas, sin embargo, no quise oponerme á su capricho.

Era ya cerca de medio dia cuando se concluyó la carga de ambas embarcaciones, las cuales quedaron atestadas hasta el borde. Antes de partir, atámos sólidamente la nueva almadia á la antigua que debia remolcarla; cortámos las amarras que las retenian, desplegámos la vela, y despidiéndonos del pobre buque despojado, nos pusímos á remar penosamente hácia la costa.

Ayudados por un viento favorable que nos alivió mucho el trabajo, avanzábamos, si bien lentamente. La gran masa flotante que venía á remolque retardaba la marcha. Habiendo Federico percibido un cuerpo extraño que flotaba en la superficie del agua, me instó á que virase un poco de costado, á fin de averiguar lo que era. Con efecto, por medio del timon efectué el movimiento que él deseaba, en cuya rotacion al descorrerse la cuerda por la corredera la hizo chirriar, y la balsa recibió una fuerte sacudida, á la cual siguió otra todavía mayor.

—¡Santo Dios! exclamé ¡qué has hecho! ¡Corta por Jesucristo la cuerda, que vamos á zozobrar!

—¡Ya es mia! ¡Ya la tengo! gritaba Federico, ¡ya no se me escapará!

—Pero ¿qué hay?

—¡Qué ha de haber, papá! ¡una tortuga enorme! la he tirado el arpon, y con tan buen acierto, que la tengo cogida por el cuello. En efecto, ví brillar á lo léjos el mango del arpon así como la tortuga, que herida huia rápidamente ar-