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mido la galleta y el pescado, la jóven esposa y su marido se quedaban mirándose como si nunca se hubiesen visto.

Entonces me tocaba á mi reirme y burlarme de ellos. Acababan por acompañarme en mi risa. Os hubiérais divertido al vernos á los tres riéndonos sin saber de que reiamos como tres imbéciles. Pero era que agradaba verlos amándose tanto. En todas partes se encontraban bien encontraban bueno todo lo que se les daba. Sin embargo, estaban á racion como todos nosotros; tan solo agregaba yo un poco de aguardiente sueco cuando comian conmigo.

Dormian en una hamaca en donde los vaivenes del buque los hacian rodar como esas dos peras que tengo allá en mi pañuelo mojado. Estaban, apesar de todo, siempre contentos y alegres.

Hacia yo con ellos lo que vos conmigo; nunca les preguntaba sobre lo que no debía interesarme, porque ¿qué necesidad tenía de saber su nombre y sus asuntos para atravesar el mar?

Los conducia á su destino, como hubiera llevado á dos aves del paraiso. Habia concluido al fin del primer mes por mirarlos como mis hijos. Todos los dias dias cuando los llamaba, se venian á sentar junto á mi. El jóven escribia sobre mi mesa, es decir, sobre mi cama, y cuando yo queria, me ayudaba á hacer mis apuntes: pronto supo hacerlos tan bien como yo; algunas veces me sorprendia. La muchacha se sentaba sobre un baul, y se ponia á coser.

Un dia que nos hallábamos asi reunidos les dije.

—Sabeis, hijos mios, que hacemos un cuadro muy bonito de familia? No quiero preguntarus; pero probablemente no tendréis todo el dinero que os hará falta, y ambos sois demasiado lindos y delicados para cavar y azadonar como bacen los desterrados á Cayenne. Es un infame pais; os lo digo de todo corazon; pero yo que soy una piel vieja de lobo, disecada al sol, víviria alli como un gran señor. Si tuviéseis, como me parece, (sin queréroslo preguntar) alguna amistad por mi, dejaria yo mi bergantin, que por ahora no es mas que una galocha, de muy buena gana, y me estableceria con vosotros, si esto os conviniese. Tengo la misma familia que un perro, y esto me entristece; vosotros me seriais una sociedad deliciosa. Yo os asistiria en muchas cosas; y ademas he juntado una buena pacotilla del mas lícito contrabando, con cuyo producto podriamos mantenernos, y que yo os dejaria cuando cerrase los ojos (como se dice politicamente) para que siempre tuviéseis algo con que contar.

Absortos se miraron, creyendo que yo los engañaba, sin saber que creer; y la chiquita corrió, como siempre hacia, á echarse al cuello del otro, y sentóse en sus faldas, é inclinando la cabeza se echó á llorar; él la estrechó entre sus brazos, y vi que sus ojos tambien se llenaron de lágrimas. Me tendió una mano, y palideció, mas de lo que acostumbraba