Conocí en la amargura de sus acentos al designar de esta manera á las cuatro compañías encarnadas, cuantos motivos de aborrecimiento habian dado al eiército el lujo y los grados de ese cuerpo de oficiales.
—Sin embargo, agregó, no aceptarè vuestro ofrecimiento, puesto que no sé montar, y que tampoco me pega á mí usar caballo.
—Pero, comandante, los oficiales superiores como vos estan precisados á saber montar, y es de su deber usar caballo.
—Ya! una vez al año á la inspeccion, y siempre en caballo de alquiler. Yo he sido primero marino, despues soldado de infantería, y nada sé de equilacion.
Anduvo algunos veinte pasos mirándome al soslayo, y como esperando alguna pregunta; pero no recibiéndola continuó.
—No sois curioso por lo que veo; pues lo que digo debia sorprenderos.
—No me sorprende mucho, dije.
—Oh! sin embargo, si yo os contara como abandoné la mar, veriamos si os sorprendiais.
—Pues bien, repuse, ¿por qué no me lo referis? Eso os calentaria, y á mí me haria olvidar que el agua me entra, por la espalda, y corre hasta los talones.
El buen gefe de batallon se dispuso solemnemente á hablar con el placer de un niño: arregló sobre su cabeza su sbacó cubierto de hule, y se dió ese golpe de espalda que nadie puede representarse sino el que ha servido en la infantería, ese golpe de espalda que da el soldado á su mochila para alzarla y aliviar un poco su peso; es una costumbre del soldado, que cuando llega á oficial se convierte en resabio. Despues de este gesto compulsivo bebió un poco de vino en su coco, dió una patada animadora á la mula en el vientre, y principió su narracion.