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blanca, me contenté con mostrarle la manga de mi vestido encarnado, y el verla volvió á meter el fusil en la carreta diciendo:

―Ah! Es otra cosa. Os tomé por uno de esos animales que nos persiguen. ¿Queréis un trago?

―Con mucho gusto, dije aproximándome, porque hace veinticuatro horas que no bebo.

Tenia pendiente al cuello una nuez de coco muy bien trabajada, que le servía de frasco, con un cuello de oro, del que parecia envanecerse. Me lo pasó, y bebí un poco del peor vino blanco con el mayor gusto posible, y le devolví el coco.

―A la salud del rey, dijo bebiendo; me ha hecho oficial de la legion de honor, y es justo que lo siga hasta la frontera; es decir, que como no cuento con nada mas que con mi charretera para vivir, volveré á agregarme á mi batallon, despues; es mi deber.

Hablando asi como si fuera á solas, volvió á apresurar su mula, diciendo que no teniamos tiempo que perder; y como yo era de su misma opinion, volví á emprender mi camino á dos pasos de distancia de él. Lo miraba incesantemente sin interrogarle, habiéndome siempre disgustado la indiscreta charlataneria, tan comun entre nosotros.

Cerca de un cuarto de hora caminamos en el mas profundo silencio.

Tuvo que detenerse para dar algun descanso á sn mula, y el estado lamentable del animalito me compadecíó; yo tambien me detuve, y trabajé esprimiendo mis botas á lo escudero, de los depositos de agua que humedecian mis piernas.

―Vuestras botas, dijo él, empiezan á sugetar vuestros pies,

―Hace cuatro noches que no me las quito, le respondí.

―Bah! repuso con voz enronquecida. Dentro de ocho dias no pensareis en eso; vale algo hallarse uno solo, y caminar en tiempos como estos; sabeis lo que tengo dentro de la carreta?

­­ ―No, le respondí.

―Una muger!

―Ah! le dije sin mostrar sorpresa alguna, y volví á andar al paso, con la misma tranquilidad. Me siguió.

―Esa infame carreta no me ha costado muy cara, esclamó; ni tampoco la mula; y es todo lo que me hace falta, aunque este camino es una cinta de coleta, un poco demasiado largo.

Le ofrecí montar mi caballo cuando estuviese cansado, y como le hablé seria y sencillamente de su equipage, que él temia escitara mi ridículo, pronto logré conquistar su buena opinion, y aproximándose á mi estribo, me dió un golpe en la rodilla diciéndome

―Sois un guapo muchacho, aunque pertenezcais á los encarnados.