mente levantando su aérea forma del humilde asiento que habia ocupado. Entrarás, aunque tenga yo el trabajo de llevarte en los brazos como á una niña perversa.
—Pero ningun poder terrestre me forzará pronunciar el voto fatal, fué la respuesta de Luisa.
—Asi dijo Margarita de Francia, respondió el Duque, cuando se consideró conveniente casarla con Enrique de Navarra, y de nada le sirvió su silencio obstinado porque nuestro difunto rey Cárlos, que en paz descanse, á la faz de todo Paris la forzó á mostrar su consentimiento poniendo su mano sobre su cuello, y obligando su cabeza dura á doblarse á la fuerza. Y ¿no podré hacer contigo lo mismo?
—Valor, dijo Margarita á su tímida hermana. Te pronostico un rescate.
―¿Qué le decias á Luisa, osada? preguntó el Duque con severidad.
—Le aconsejaba que se tranquilizára señor, porque oigo pisadas de caballos no lejos del castillo.
—Caballos! ¿Quién á esta hora vendrá á Vaudemont.
—Personas de importancia si hemos de juzgar por el sonido de las cornetas.
Un fuerte y prolongado sonido logró distraer al señor del castillo, de su inmediato propósito.
―Abrid en nombre del rey de Francia, fué la respuesta á la demanda del centinela.
—Cuando esta contestacion fué sabida por el Duque de Mercoeur, se dirigió á las puertas del castillo para conferenciar con las personas que tal respuesta daban; y abriendo una ventana de seis pulgadas en cuadro desde alli preguntó en voz alta.
―¿Quién sois, y que quereis del Conde de Vaudemont?
—Abrid en nombre del rey de Francia, fué la respuesta.
—El rey de Francia ha muerto, replicó el Duque.
—El rey de Francia nunca muere, vociferaron cien personas desde fuera.―Cárlos noveno duerme, dijo el Duque de Mercoeur enmendado su primera poco constitucional afirmacion.
―Enrique tercero vela. Abrid en su nombre, dijo una voz que atemorizó al cauteloso vasallo del desocupado trono Francés; pero aquellos no siendo tiempos en que con seguridad se abriesen las puertas á los huéspedes que pedían entrada el señor de Vaudemont, replicó, Enrique tercero está en su reino de Polonia; no sabemos si aun ha sabido el fallecimiento de nuestro rey: y aunque la noticia haya llegado á sus oidos, no ha habido tiempo para que llegue todavía á la frontera francesa.