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ra no morir de hambre! La alagüena imágen de la fraternidad, desapareció, y en su lugar se elevaron la envidía y los celos, y la mortal desconfianza. Grandes sumas se ofrecian al que le entregase, y ademas un completo perdon si habia sido partícipe en sus crimenes, ¡poderosísimos, irresistibles alicientes para desalmados cansados ya de su triste vida! El desgraciado, bien conocia el peligro de su situacioa: dependia su vida de la fé de hombres que no respetaban ni las leyes divinas ni las humanas. Todo acabó para él en el mundo; el sueño huia de sus cansados párpados, la sospecha lo martirizaba cuando velaba, dormia á su lado, y lo despertaba en la noche con horribles sueños. La hasta entonces muda conciencia, tornó con sus clamores, el aspid de los remordimientos despertó en este trastorno de su ser. Todo su odio á la humanidad, volvió su agudo filo contra èl mismo; perdonó la naturaleza y se maldijo á sí propio.

El vicio habia completado su obra en el desdichado: su naturalmente buena razon venció las desgraciadas ilusiones que lo habian descarriado. Conoció y sintió el abismo á que habia descendido, y la melancolia llenó su alma en vez de la vehemente desesperacion de los primeros momentos.

Ardientes lágrimas le hacia derramar el deseo de que volvíese el tiempo que para siempre huyó; sentia una íntima seguridad de que lo emplearia de muy distinto modo. Tenia esperanzas de ser aun honrado; y esta esperanza la fundaba en el sentimiento de que podia serlo. En la cumbre de la degradacion estaba mas cercano al bien, que quizá lo ha bia estado antes de sus primeras faltas.

Por este tiempo estalló la guerra de los siete años y los alistamientos de gente que se hacian por todo el reino alimentaron sus esperanzas. En esta ocasion escribió una carta á su soberano, que presento á mis lectores.

 »Si no repugna á vestra alteza descender hasta mi; si alcanza
»su misericordia á grandes criminales como yo, prestadme oido, Serení-
»simo Señor. Soy asesino, soy ladron, las leyes me condenan, la justicia
»me busca... y yo me ofrezco á presentarme á ella. Pera pongo á los
»pies del trono una súplica que acaso sorprenderá oirla de mi boca. Abo-
»mino mi vida y no temo la muerte, pero es horrible que muera sin ha-
»ber vivido: quisiera vivir para redimir siquiera una parte de lo pasado:
»quisiera vivir para reconciliarme con la justicia humana que tan cruel-
»mente he ofendido: quiza fuese mi suplicio un saludable egemplo para
»el mundo; pero de nada aprovecharia para remediar los males que he
»causado. Odio el vicio, y arde mi alma en deseos de esperimentar los es-
»quisitos goces de la virtud y la honradez. El valor que tan temible me
»ha hecho para mi patria, ansio por mostrarlo combatiendo sus enemigos