Página:El Pasatiempo.djvu/28

Esta página ha sido corregida
—12—

«Escasamente habriamos andado un cuarto de legna: el bosque era cada vez mas espeso, mas intransitable, cuando me distrajo de mis reflexiones el pito de mi conductor. Habiamos llegado á la escarpada cima de una peña que cortada verticalmente descendia á un ondísimo abismo. Un silvido que salió de lo interior de la peña contestó al nuestro, y una escalera ascendió á poco hasta tocar á el borde del precipicio. Mi conductor bajó primero diciéndome que esperase su vuelta, que iba á sujetar à los perros, para que como á estraño no me destrozasen.

«Me hallé solo, y la imprevision de mi guia no me llamó la atencion: poco me hubiese costado subir la escalera, y asegurar de este modo mi huida; confieso que semejantes pensamientos ocuparon algunos instantes mi alma. Miraba el abismo à que debia descender, y se me agolparon confusas ideas del infierno y de su eternidad. Ya me horrorizaba el terrible camino que iba á emprender, ya estaba resuelto á huir, y á punto de empujar la escalera, tronó en mi oido como una risa del infierno «qué puede esperar un asesino!» y mi estendido brazo cayó sin fuerza á mi lado. El tiempo del arrepentimiento habia pasado, el asesinato que habia cometido, yacia como una inmovible roca en el camino que habia de separarme del vicio. En esto apareció mi guia convidándome á bajar. Yo no tenia que escojer. Bajé.

A los pocos pasos se agrandaba el terreno hasta poder centener algunas chozas, en medio de las cuales habia un espacio donde vi reunidos al rededor de una hoguera hasta unos veinte hombres.

—Por aqui, camarada, dijo mi guia, y me presentó como Wolf el posadero.

—Wolf! esclamaron, y todos á un tiempo se agruparon al rededor mío, hombres y mugeres. ¿Lo confesaré? La alegría era tan general, tan sincera, en todas las caras brilaba la confianza, si aun el aprecio; cual me apretaba la mano, cual me tiraba de los vestidos; mas parecia la vuelta de un antiguo amigo, que la presentacion de un estraño. La comida que habia interrumpido mi llegada se continuó, no sin haberme obligado antes á beber la bien venida. Caza de toda clase eran los únicos manjares y la bota vagaba sin agotarse de vecino á vecino. Buena vida é igualdad animaban á todos, y todos á porfia pugnaban por comunicarme su legria.

Me habian colocado entre las dos mugeres, que era el sitio de honor en la mesa. Esperaba encontrar en ellas la escoria de su sexo; pero fui agradablemente sorprendido: en aquella sociedad de malvados hallé las mas agraciadas mugeres que jamas habia visto. Margarita, la mayor y mas hermosa, podia tener veinticinco años, y por broma la llamaban la Niña. Sus modales y palabras eran graciosos y vivos, Maria, la mas jóven, habia estado casada, y su marido la habia abandonado: era