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sangre. Una hora antes nadie me hubiera persuadido que habia una criatura mas desgraciada que yo bajo el cielo; ahora empezaba á sospechar que una hora antes era de envidiar.

«Al cabo me interné en el bosque, pero pocos pasos habia andado cuando adverti que necesitaba dinero para llegar á la frontera; me faltaba ánimo para volver al sitio y tomar el relox que poseia el difunto; aterradores pensamientos del demonio y de la presencia de Dios me asaltaron en este punto, y tuve que reunir todo mi átrevimiento para dirigirme á la escena del crimen. Encontré lo que deseaba, y á mas algun dinero, del que tomé el necesario para mi viage, y dejé lo demas junto con el relox: poco se me daba pasar por un enemigo personal de Roberto, pero se me importaba mucho pasar por un ladron.

«Continué apresuradamente mi camino hácia el interior del bosque que se estendia hacia el norte hasta tocar con la frontera. Hasta el medio dia corri sin tomar aliento, y bien me avino porque la velo cidad de la carrera ahogó los gritos de mi conciencia; pero á medida que se debilitaba el cuerpo se hacian oir mas formidables, mas inmisericordiosos. El temor de la justicia divina no ocurrió á mi angustiada fantasia... bien es verdad que un temor me acongojaba, pero me acuerdo cual fuese? Confusas asociaciones de la horca, de la cuchilla y de la ejecucion de una infanticida que habia presenciado en mis juveniles años se agolpaban atropelladamente en mi imaginacion; no podia familiarizarme con la horrorosa idea de ser desde aquel momento deudor de mi vida á la justicia humana; á veces comprendia los sobresaltos, las agonias del porvenir; otras dudaba de que un solo hecho hubiese de tal suerte trastornado mi posicion social. Penosos, terribles eran los esfuerzos con que procuraba traer á la memoria los males, las humillaciones que por la crueldad del difunto habian acumulado sobre mi cabeza; pero con él murió mi memoria, no podia recordar lo que pocos momentos antes me habia puesto furioso, no alcanzaba porque habia asesinado.

Permanecí inmóvil delante del cadáver hasta que el chasquido de los látigos y chirrear de los carros me advirtió la proximidad del camino, y que debia pensar en mi seguridad.

«Mil medrosas figuras volvian y revolvian á mi alrededor: ya tomaban forma en los árboles, ya desaparecian confundiéndose con los álamos. Espantoso porvenir! la vida y la eternidad, la vida y sus incansables tormentos, y sus angustias mortales, la eternidad y sus inciertos horrores eran las sendas, una de las cuales necesariamente habia de recorrer: me faltó valor para matarme, é incapaz de vivir y de morir pasé la sesta hora de criminal, hora de dolores que destrozó mi alma.

«Despacio y completamente distraido del mundo esterior, caido sobre los ojos el sombrero, para sustraerme a la indagadora espresion